domingo, 22 de diciembre de 2019

EL LENGUAJE, LA MADRE DE TODAS LAS BATALLAS

El lenguaje, la madre de todas las batallas  



“Antipolítica”; “Antiderechos”; “La sociedad no entiende de política”; o en su variante, “La sociedad no entiende de matemáticas”;  “El pueblo no puede pensar en totalidades”; “La sociedad es inmediatista”; “La sociedad siempre está insatisfecha, es envidiosa (variante parisina)”; “Golpista” (variante boliviana y argentina también). O el otrora y  remanido “lumpen”, etc.

No hay como la estrategia de la “ignorancia” o la “irracionalidad” del otro para justificar cualquier acción, Ley, o proyecto, y seguir adelante como si enfrente hubiera un desierto primitivo al que hay que civilizar. La historia, parafraseando a Martínez Estrada, siempre brota por las rendijas de la actualidad en esos gestos y correspondencias menos pensados. Civilización y barbarie de nuevo. Chile se levantó contra Piñera por un aumento del metro (no porque el neoliberalismo lo está asfixiando); a Evo lo “golpearon” los militares (y no porque el pueblo se cansó de sus trapisondas y deseos de eternidad); en Ecuador, un aumento del combustible levantó furiosas revueltas en la población (Moreno, para congraciarse con el FMI, aplicó una fuerte reducción del déficit fiscal a través de los hidrocarburos) ; en Francia, inaugurando estas disconformidades masivas, los chalecos amarillos estallaron por las diferencias de privilegios entre el “campo” y la maravillosa ciudad luz; ahora, en París las revueltas siguen por el “mecanismo de solidaridad” que pretende imponer Macrón en las pensiones y jubilaciones: ya hay quienes opinan que los franceses son “eternos insatisfechos”.

No importa si las sociedades están muy bien avenidas y no quieren resignar privilegios (como en este último caso); o quebradas y al borde del abismo, como podría ser la nuestra. Nunca entienden nada. Actúan por impulso. Los únicos poseedores de la verdad son los políticos,  que últimamente tienen que hacer malabarismos para sostenerse en el poder porque el hartazgo es mucho y a la paciencia se le agotó el tiempo: Moreno, Piñera y Macrón tuvieron que capitular; Evo, exiliarse. Políticos que sermonean a jueces o que hacen un berrinche porque alguien osó no hablar con lenguaje inclusivo cuando se está tratando nada menos que la entrada a la pobreza de miles de jubilados. Políticos que discursean en el desierto hasta que algún asesor se anima a tocarles el hombro y avisarles que ya los volvieron “injustamente” al llano. No se reflexiona que mucha de esta impaciencia, sobre todo en los sectores acomodados, proviene precisamente de las sospechas de corrupción generalizada que pesan sobre la clase dirigente. Que por algún extraño motivo, se siente en la no obligación de dar explicaciones. Impunidad casi como forma de ejercer el poder, visibilizada como la "nueva política": esa que la exculpa siempre en aras de un bienestar superior. Que por supuesto, las masas no alcanzan a distinguir. Algo así como un síndrome de neoemperadores capea sobre esta casta en franco desprestigio.

Estos pensamientos nos retrotraen a otro pensador ilustre que decía que las masas no necesitan intermediarios ni “teorías” enunciadas “delante” de sus prácticas. Que ellas mejor que nadie sabían y podían articular sus propios discursos. De Foucault, de él hablamos, claro está. Por eso sería interesante, en esta época en la que sutil o directamente se trata de “suprimir” ese discurso-práctica social (disconforme, caprichoso, intolerante, irracional, "antipolítico" e impulsivo), recordar estas palabras siempre actuales:


"Ahora bien, los intelectuales han descubierto, después de las recientes luchas, que las masas no los necesitan para saber: ellas saben perfectamente, claramente, mucho mejor que ellos; y además lo dicen muy bien. Sin embargo, existe un sistema de poder que intercepta, prohíbe, invalida ese discurso y ese saber. Poder que no está tan sólo en las instancias superiores de la censura, sino que penetra de un modo profundo, muy sutilmente, en toda la red de la sociedad. Ellos mismos, los intelectuales, forman parte de ese sistema de poder, la propia idea de que son los agentes de la "conciencia" y del discurso forma parte de ese sistema. El papel de intelectual ya no consiste en colocarse "un poco adelante o al lado" para decir la verdad muda de todos; más bien consiste en luchar contra las formas de poder allí donde es a la vez su objeto e instrumento: en el orden del "saber", de la "verdad", de la "conciencia", del "discurso". Por ello, la teoría no expresará, no traducirá, no aplicará una práctica, es una práctica. Pero local, regional, como tú dices: no totalizadora. Lucha contra el poder, lucha para hacerlo desaparecer y herirlo allí donde es más invisible y más insidioso, o lucha por una "toma de conciencia …”
(Foucault, Un diálogo sobre el poder)

lunes, 28 de octubre de 2019

ELECCIONES 2019 / CABA: LOS MONOS ESTÁN EN LA SELVA

Los monos están en la selva

Analizando el cuadro de resultados por comuna en las últimas elecciones capitalinas, solo en una, y tal vez la más empobrecida de la ciudad (Villa Soldati, Riachuelo y Lugano) perdió "Juntos Por el Cambio".  CABA, el distrito más rico de la Argentina, sigue los pasos de las grandes metrópolis mundiales que no negocian su pertenencia a un contexto global en la que se juegan como mandatarias de las más altas posibilidades materiales y espirituales (en cuanto a cultura, conocimiento y formas de relación) del resto del país. Este es el proyecto que viene sosteniendo el Pro desde hace más de una década: insertar en ese diálogo a la ciudad, más allá de su entorno inmediato, el Conurbano bonaerense. Una isla privilegiada en la que, claro está, hay y habrá que pagar el derecho a ella. Seguir esta línea de análisis es mucho más productivo, para el intelecto y para la praxis, que resolver el tema con el chato argumento del gorilaje. Los monos están en la selva; en estas ciudades-luminarias, el poder de una identidad mundial.
Otro tanto ocurrió en la ciudad de la culta Córdoba, donde la fórmula amarilla se impuso por más de 40 puntos.

viernes, 4 de octubre de 2019

SIN EDITAR / EL AMOR, LA ESCRITURA, EL VIAJE

El amor, la escritura, el viaje
Cuando un día descubrí, hace un par de años atrás, que había tomado cinco aviones (algunos de más de 10 hs. de duración) en una semana, supe que debía parar. Aeropuertos, registración, valijas, notebooks, cámaras de fotos, adaptadores, documentos, visa, (o no), etc. Debía parar. Eran viajes de placentero trabajo. Pero empezaban a pesar: llegar a destino, armar el espacio de trabajo en el hotel que me había tocado en suerte, quedarme hasta las 2 o 3 de la mañana escribiendo, despertarme a las 6, y seguir. Fotos, crónicas, archivos, bibliotecas, museos, incursiones por sectores negados…. Debía parar. Aquietarme. Ya no "experimentaba" sino que consumía, registraba y escribía. El amor había muerto. Esa pasión de los primeros años, ¡qué bien la recuerdo!, había perdido frente a la costumbre y la repetición. Frenta a la profesión. Al gesto mecánico, el fastidio. Y el irrefrenable deseo de no hacer nada. Varias veces me quedé en Nueva York durante 15 días. Deambulaba por sus calles, me extraviaba, hablaba con mi precario inglés con sus habitantes, amabilísimos a pesar de la mala fama. Días de gloria. No hacer nada y extraviarme. 
Rafael Argullol dice que no se puede ir a 8 ciudades y 20 museos en un viaje: que hay que elegir una ciudad y si es posible, solo un museo. Claro, él está en Europa, donde la gente arma una valija el viernes, aborda el tren que le hará cruzar fronteras, pasea por varias ciudades de varios países, y vuelve el lunes al trabajo. Lujo vedado aquí,en la inmensa y lejana Sudamérica. 
Sueño Europa hoy más que nunca, con esa reserva de pensamiento, de atmósferas inesperadas, de distancias cortas y de extensas ideas. Sueño con esa Europa cada vez más caótica y peligrosa. Y sin embargo, inextinguible parte de mí misma. Una forma de emboscadura tras los orígenes. 



sábado, 7 de septiembre de 2019

CRÓNICAS PORTEÑAS / ORILLAS AL SUR

Orillas al Sur
A propósito de la segunda entrega de la
Serie Perspectivas: Constitución, la ciudad en tránsito



Primer día. Sábado soleado y frío. Bajamos en la Estación Constitución de la línea C. Mucha gente, apurada como cualquier día de la semana. Se nos acercan dos niños a pedir información. Una nena que no tendría más de 13 años y un nene de alrededor de 11. Queremos llegar a Plaza Once, nos dicen, vamos a Ramos Mejía. Se quedan un rato, acompañándonos con las fotos. 

Subimos a la planta baja. El nuevo Centro de Trasbordo Constitución, forjado a hierro, vidrio y cubiertas elípticas, dialoga por contraste y transparencias con la antigua terminal ferroviaria que tiene delante, cruzando la avenida Brasil. Dos tecnologías diferentes. Modernísimo, con niveles integrados y yuxtapuestos, doble altura, puertas automáticas y señalización electrónica que confieren dinámica al espacio y hasta hacen imaginar que se está en cualquier estación o aeropuerto del primer mundo.

Afuera, los manteros, mayoría de ascendencia afroamericana, los descartados de todo el planeta, se esconden bajo las frazadas mientras nos piden con gestos que no fotografiemos los rostros. Pero alegres señalan la mercadería expuesta, conformando un todo indivisible donde el anonimato indispensable para la supervivencia de cuerpos se contrapone con la publicidad que necesitan las mercancías circulantes. 

Damos una vuelta por los alrededores. La imponencia terracota y neoclasisista no da tregua: desde cualquier ángulo recuerda sus glorias pasadas. Del sur venturoso antes de la peste y de la degradación, entre el prestigio de la estética Beaux Art y el férreo pragmatismo inglés que aceleró el territorio: Borges tenía razón, no era en Palermo sino en el sur donde se fundaba Buenos Aires. 

Pedimos permiso para cruzar a los andenes. Mientras nos franquea el paso, la encargada con cara de lanzallama de Arlt, nos dice. “ma sí, pasen y fotografíen a esos negros de mierda”. Señala al gentío que se apresura al próximo tren. Hay odio en sus ojos. La miro, la escudriño, ella ya está en otra cosa. 

Fotos. Al cabo de un rato se  acercan cuatro tipos de seguridad. Gigantes, uniformados, desconfiados pero amables, dos adelante, dos atrás. No pueden sacar fotos aquí, dicen. Protestamos, es un espacio público, somos periodistas, estamos haciendo un informe, etc. No, no, tienen  que pedir permiso en la calle Hornos 11 (o algo así). Y eso hay que guardar, aclara uno, señalando mi Nikon. Aprieto la cámara contra el pecho; me veo en alguna comisaria detenida por resistencia a la autoridad. Es mi herramienta de trabajo, argumento. No, no, la tenés que guardar en la mochila, aclara el mismo tipo. Tono siempre amable pero indudable. Les decimos que desconocíamos el tema del permiso, y la mandamos al frente a la racista que nos dio paso. Ellos no saben nada, hay que pedir permiso, insisten. Nos despedimos, solo un mal entendido con la autoridad.  

Salimos. Otro hombre de seguridad, pero con uniforme diferente y de más edad, más parecido a un abuelo bondadoso que a un guardia, nos dice: Sí, hay que pedir permiso, hace unos días vinieron de Greenpace y sacaron fotos, ellos habían hecho el trámite, comenta. Nos quedamos charlando. Elogios para el Jefe de Gobierno: que rescató el sur, que Barracas, que la Costanera, que el nuevo edificio, que aquí lo aman, etc. De todas maneras, si están haciendo fotos a terminales les conviene más Retiro, sorprende de golpe. Le aclaramos que nuestro eje, en este momento, es el Sur. Ah, bueno, les decía Retiro porque vieron que es otra gente, ¿no? Otro nivel de gente la que viaja, más disciplinada, más educada…


Soleado y frío. Así estuvieron esos dos días que duró la producción fotográfica. Pobre la (auto crucificada) zona Sur, pienso parafraseando a Baudelaire y Bélgica. Y no pude dejar de imaginar que los antiguos orilleros de Borges, como su mismo creador, también se mudaron para aquí. Aunque lamentablemente ya no hay pluma magistral que los glorifique.

Foto: Zenda Liendivit / Constitución (Agosto 2019)

domingo, 1 de septiembre de 2019

PERSPECTIVAS (2) / CONSTITUCIÓN

Perspectivas (2) / La ciudad en tránsito

Un recorrido crítico-fotográfico por Constitución

Nodo de transportes, margen, abismo y pesadilla; principio y confín; zona de paso y hogar de nómadas y desahuciados; frontera del presente y memoria de un esplendor pasado; desganada y voraz: Constitución devela a la metrópolis moderna allí donde esta urge, reclama y condena, mostrando sus vísceras en una profusión interminable e informe de cuerpos y máquinas.
El objetivo de la Serie “Perspectivas” es radiografiar zonas o temas de alta intensidad dentro de la metrópolis, a veces desde la trivialidad o del instante capturado al azar, a veces desde la grandilocuencia de sus construcciones, gestos e interacciones. Acercarse a ellos con la mirada siempre crítica de la cámara que recupera a través de las potencialidades estéticas de la fotografía la posibilidad de la experiencia.

(Se sugiere seguir el orden de las fotos y verlas en pantalla completa)



   

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 


 

 

 



 

 

 


 

 

 

 

 



Fotos: Zenda Liendivit / Constitución, Agosto 2019