miércoles, 23 de febrero de 2011

BERLINESES (1)

Percepción y conocimiento
Berlín nos recibe con 10 grados bajo cero y el cielo azul. La Potsdamer Platz se vuelve difícil a la mañana, el frío entorpece el trabajo, nos congela las manos, el rostro y  la cámara de fotos.  Hay que habituar la mirada y experimentar Berlín como lo que es, una zona devastada donde la historia se filtra por las rendijas de una arquitectura  que intenta convertirla en un eterno presente a fuerza de vidrio, acero y delirios estéticos. Pero las rendijas se vuelven boquetes y allí están Grosz, Dix, Munch, Ernst,  en la Nueva Galería, el luminoso edificio de Mies Van der Rohe. O el Memorial del Holocausto, ese fragmento donde la ciudad se vuelve lápida y tumba, unas cuadras más adelante. O en la Alexanderplatz. Todo pasaba por la Alex, solía repetirse en la novela de Döblin, la plaza era el centro vital que siempre estaba allí y que se mutilaba al mismo ritmo que Franz Biberkopf, su personaje central. Y con las topadoras, excavaciones, multitudes hacinadas, tránsito continuo, discursos mezclados, como un collage de Hannah Höch, y corrupción en todos los órdenes anticipaba también la catástrofe por venir. Berlín Alexanderplatz, como lo dijimos alguna vez, es la historia de un aprendizaje, una forma de conocimiento dada a través de la percepción de esa relación vital entre el espacio y la acción. Vitalidad de las tensiones que conforman el tejido de una ciudad, de cualquier ciudad, de las que nosotros formamos parte y en las que, por lo general, también está cifrado nuestro devenir. Percibir y conocerlas es una forma de acceso a esa realidad que se nos escapa a cada paso. Estos fueron algunos de los objetivos de esta (parte de la) travesía a través de cuatro ciudades modernas.





FOTOS: ZENDA LIENDIVIT (FEBRERO 2011)

martes, 22 de febrero de 2011

LONDRES (3)

Londres y los proletarios
La mejor manera de no conocer una ciudad es hacer lo que se espera de ella. Uno se va con lo que vino, que es casi como si no hubiera venido. La percepción resulta muchas veces arbitraria, y la memoria, caprichosa. Hay detalles que se agigantan en el recuerdo, cobran vida mucho tiempo después de haberla abandonado; otros, que se creyeron importantes, caen en el olvido ni bien partimos. La preocupación, desde los albores del Movimiento Moderno, es la cuestión de la zonificación en las grandes metrópolis. Así, lingüística y materialmente, las ciudades se descuartizan en fragmentos en pos de una comprensión totalizadora, de la ilusoria certeza de que se entiende su funcionamiento, sus influencias, sus modos y sus producciones. El este, el oeste, el barrio histórico, el bohemio, el vanguardista. O el barrio chino, el árabe, el hindú, el judío, la gran Paquilandia, había dicho la protagonista del film Un modo de vida, refiriéndose a Londres. Porque efectivamente, la historia parece haberse invertido y ahora Londres es tomada por asalto por múltiples culturas que intentan colonizarla. Una forma de devolver gentilezas pasadas. Pero nuestra primera impresión, ésa que puede llegar a ser traicionera y nada fiable, es que el londinense común, el hombre de la calle, acepta estas invasiones sin hacerse demasiado problema. Y esto se evidencia aún más en el East End, la zona miserable del Siglo XIX, la que llevó a decir a Engels que Londres era lo más parecido al infierno en la tierra. O tal vez, incluso, a Poe, a escribir El hombre de la multitud, aquel estudio de la metrópolis londinense mucho más valioso que varios tratados de urbanismo actuales. A través de la ventanilla del 205, el micro que tomamos en St. Pancras, desfilan las grúas y las construcciones fabriles que se mezclan con la ampulosidad de la city financiera y sus edificios futuristas (como la horrible torre de Foster), de una posmodernidad, como de costumbre, desubicada. Hacia el norte, y casi como un gesto contestatario, Clerkenwell intenta conservar la mística proletaria de su pasado -Lenin, las imprentas y destilerías, el periódico The Guardian y los partidos socialistas- y deviene en un barrio de artistas y diseñadores con pretensiones renovadoras.
Nos estamos yendo de Londres, de Bloomsbury y su prestigiosa vecindad, del London Pub donde pasamos la última noche y de nuestro hotel también multitudinario. Nos espera Berlín que, según nos dicen, está soleada.






(FOTOS ZENDA LIENDIVIT / FEBRERO 2011)

lunes, 21 de febrero de 2011

LONDRES (2) / LEADENHALL

Amor y capitalismo

Camino a Clerkenwell nos topamos con el Leadenhall Market, la hermosa galería de fines del XIX donde transcurre la escena final de Más allá de la vida. Símbolo de las inquietudes estéticas de una época, que concilian el voraz ritmo metropolitano con la voluptuosidad de sus producciones, el espacio conforma una zona de paso y al mismo tiempo, un privilegiado punto de encuentro; una indecisión entre las cuestiones públicas y la intimidad de lo privado, una extensión de los asuntos financieros pero también, un territorio propicio para las interrupciones. Como le ocurre a Mat Damon cuando, al final de la película, encuentra al predestinado amor de su vida, en un café, con el fondo de columnas rojas, marquesinas ondulantes de hierro y bóvedas vidriadas por donde se filtra el cielo.


(FOTOS ZENDA LIENDIVIT / Febrero 2011)

domingo, 20 de febrero de 2011

LONDRES (1)

La ciudad de las multitudes
Londres también es gris, pero la vitalidad es diferente. En cada fragmento (Picadilly Circus, Charing Cross, el Soho, Chinatown o a orillas del Támesis) estallan las multitudes, se mezclan los idiomas y los tonos de piel, se celebra la diferencia y la ciudad parece sumergida en una fiesta eterna (tal vez solo sea el fin de semana, pero las multitudes ganan las calles aún en estos días fríos de febrero y hasta altas horas de la noche). La informalidad se nota también en los Museos. A la ceremoniosidad del Louvre o del Orsay, se le contrapone el libre acceso al Británico, sin controles, casi como si se accediese a una facultad pública. Y solo se esperan donaciones. Nuestro hotel, situado a pasos del mismo, es una colmena, una babel con infinitas ventanas y larguísimos corredores donde conviven en paz las lenguas y las costumbres. Hay que hacer cola para el desayuno, para el ascensor y para la recepción. Los jóvenes se sientan en el piso y todo el mundo deambula con las computadoras portátiles porque solo en la planta baja hay internet libre. De alguna forma, la primera gran metrópolis industrial sigue viva en una de sus improntas más poderosas: el paso continuado, efervescente de las multitudes.



(FOTOS ZENDA LIENDIVIT / Febrero 2011)

PARIS (4)

La ciudad y la luz
¡Ah, Barcelona!, exclama el policía de migraciones cuando escucha nuestra procedencia. Estamos por abordar el tren a Londres y el hombre quiere saber de dónde venimos, qué haremos después y cuándo volvemos. No se inmuta frente a la mención de Berlín, pero suspira por Barcelona. Supongo que la ciudad española le hace pensar en esos días soleados que escasean tanto en su país como en París. Hay una relación muy estrecha de París y la luz. Al margen de la connotación simbólica, como centro de irradiación cultural, la luminosidad de la ciudad también cobra protagonismo con la irrupción de los bulevares y de los grandes ejes rectilíneos. La demolición de una forma de ciudad, que precisamente favorecía las sombras, el quiebre y el extravío, en pos del control visual a través de la línea recta, la perspectiva y el ensanche, pone en escena el rol de la iluminación. París, para funcionar, necesita que algo ocurra en esas vías imperiales y que esto sea posible de ser visto. París se ilumina a la fuerza, en el sentido metafórico y literal del término. Y esta luminosidad debe ser sostenida en el tiempo para no quedar convertida en un mausoleo. Que es el peligro de toda ciudad histórica. La amplitud de las avenidas, las plazas, los remates, actúan siempre como instigadores, por un lado, y como reparadores por el otro. Instigan al movimiento constante para evitar la muerte y reparan, de alguna forma, la adversidad de la escases de luz solar en invierno.



(FOTOS ZENDA LIENDIVIT / Febrero 2011)

jueves, 17 de febrero de 2011

PARIS (2) / LA DÉFENSE


¿Hacia dónde va París?
Que las pesadas herencias del pasado condicionan a estas prósperas ciudades modernas es evidente con sólo caminar por París. El trazado neoclásico funciona como una estructura cerrada que dificulta la nueva época. París debe afrontar un presente convulsionado por grandes diferencias. Los pobres de Haussmann ahora vienen de afuera y acechan en guetos de la periferia. En territorios muchas veces tomados por asalto ante el fracaso de planes revolucionarios y poco viables, como Italia 13, donde se encuentra la Biblioteca Nacional de Francia. La poderosa centralidad fuga otra vez hacia proyectos faraónicos y descabellados. La Défense es un claro ejemplo de este urbanismo simbólico y panfletario. Es la desolación del hombre moderno, el espacio donde se consuma el sacrificio en aras de la ratificación a escala mundial de una economía gloriosa, como su propio pasado. Los aires imperiales permanecen intactos; las intenciones expulsivas, también. La escala monumental y fastuosa de los palacios clasicistas se actualiza en los monstruosos rascacielos vidriados que intentan mirar a China o a Japón antes que a sus pobladores.  Y, como ayer también, el eje es el gran elemento organizador que intenta conciliar esa historia que pesa, y legitima a la vez, con el rol de gran capital del Siglo XXI. Pero ahora, la mirada no desea tanto el remate heroico sino la altura cifrada en la glorificación tecnológica. París, más que una ciudad es una idea: se la piensa y se la experimenta siempre en tiempo pasado, como si a cada paso, en realidad, ya hubiera sido. Ásí sea el decadente clasicismo, la inutilidad del Movimiento Moderno o el posmodernismo de las torres infinitas.








(LAS TRES PRIMERAS FOTOS CORRESPONDEN A LA DÉFENSE
LAS DOS ÚLTIMAS AL CONJUNTO DE EDIFICIOS DE LA BIBLIOTECA NACIONAL)
FOTOS: ZENDA LIENDIVIT (FEBRERO 2011)

martes, 15 de febrero de 2011

PARÍS / MONTMARTRE Y LA NUEVA EPOCA

Montmartre está igual a sí misma: los dibujantes callejeros que quieren retratarte a toda costa, los pintores con atril y taburete, los riquísimos waffles de chocolate y la horda de turistas que desborda la plaza y las calles laterales y que, cámara en mano, busca el atelier reverenciado. Una placa, entre tantas, recuerda que en ese hostal vivieron Picasso, Degas, Toulouse Lautrec, Zola …. Otra habla de un cabaret de la bohemia. La geografía se confabula para el mito: en la colina, en altillos de toldos coloridos y persianas desvencijadas, estaban ellos; abajo, la ciudad que se desparrama rutinaria, indiferenciada y gris. Pobreza, bohemia y trasgresión que se agobian en las alturas de espacios estrechos y que intentan parir una nueva época: algo de esos ecos todavía queda en la plaza.



domingo, 13 de febrero de 2011

IMAGENES DE UNA TRAVESÍA / BARCELONA

La ciudad mundial

Barcelona se piensa como ciudad mundial. Producir nuevas formas de ciudad y que ese desarrollo sea sostenible (el término del momento de urbanistas y especialistas) es la misión a la que se halla abocada. Y se nota. La ciudad, otra vez, como función social, como reguladora de flujos e intensidades, como organizadora de heterogeneidades y diferencias. De la ciudad fragmentada a la metrópolis compacta donde ningún elemento estaría librado a su propia suerte es el ideal metropolitano del siglo XXI. Un nuevo socialismo urbano donde los movimientos demográficos y las catástrofes ambientales son algunas de las preocupantes variables actuales. Como en estos días que la boina, un casco gris de polución ambiental que cubre a la ciudad, irrita los ojos y dificulta a ratos la respiración, es el tema del momento. Y es una cuestión política que se debate en los bares, en la calle y en los medios.
En el Museo de Arte Contemporáneo vimos La forma del pensamiento, del grupo inglés The Otolith, una muestra sobre las formas de investigar la percepción y la construcción de las identidades y de las estéticas actuales a través de los medios de comunicación. Atravesar las salas de la Planta Baja del Museo devenido centro de investigaciones audiovisuales, no deja de ser una experiencia extraña. En la oscuridad surgen de golpe las pantallas, de todos los tamaños, que emiten imágenes al vacío, a la espera de una recepción interesada. Un gigantesco collage tecnológico de retazos que se arma a voluntad del visitante. Afuera, y como para contrarrestar tanta diversidad, los larguísimos corredores, los volúmenes demasiado puros, las interminables superficies vidriadas y el sol que enciende los espacios blancos del bellísimo edificio de Meier.


Fotos: MACBA (arriba) / Palacio de la Música Catalana (abajo)
ZENDA LIENDIVIT (FEBRERO 2011)

martes, 8 de febrero de 2011

DELEUZE EN LA TELEVISIÓN


Encender el televisor y encontrar a Deleuze hablando de lo que es ser de izquierda, de devenir mujer, niño o animal, de percepciones y agenciamientos, constituye casi un shock para un sábado a la tarde -recién levantada, la tele encendida sólo para saber la temperatura y otros datos útiles y de pronto, esos inquietos ojos verdes, el gesto ligeramente burlón,  la frase interrumpida, el balbuceo, las definiciones. En instantes como estos siempre  sobrevuela la misma duda: ¿hasta qué punto se puede conjurar el sortilegio de un soporte como el televisivo y entablar, efectivamente, una comunicación verdadera? ¿Hasta qué punto Deleuze sirve en la televisión? O, dicho de otra forma: ¿no encubre la alta cultura televisada la trivialización de toda la cultura actual argentina y, seguramente, mundial?  Deleuze (y Voltaire, el Barroco, Joyce y demás) resulta trivial  en cuanto no está inserto en un determinado contexto de recepción capaz de escuchar lo que dice y no solamente observar que está hablando. El modo de propagación, o difusión, de un contenido no es menos importante que el contenido mismo y que sus contextos de producción y recepción.  Cuando ese modo de difusión responde a los mismos mecanismos que construyen un país con un profundo empobrecimiento educativo y cultural, poco importa qué se esté trasmitiendo, el resultado será siempre el mismo. Una política educativa liberadora actúa de manera inversamente proporcional a aquellas que, ostentando la masividad como objetivo, se dirigen a todo el mundo para no ocuparse de nadie. O dicho a modo Deleuze, una actúa, y es actuada, sobre minorías específicas incluyendo al educando y alejándolo de su rol de consumidor, de sujeto abstracto;  las otras, sobre patrones vacíos, invisibles. Una apunta a la liberación de todas las formas de dominio (principalmente, intelectual) a través de la comunión entre práctica, contenido, formas y existencia,  y la otra, como todo lo anclado en el vacío, a la prosecución de intereses que nada tienen que ver con aquello que ya niegan fundamentalmente. Deleuze en la televisión no puede crear ese contexto ideal, perseguido solamente en los discursos y metódicamente traicionado en la práctica. Eso que siempre pasa entre las cosas, esa instancia intermedia que reniega de las líneas rectas y apela al claroscuro, al quiebre, al desdoblamiento, a los movimientos de la elipse y a todas las figuras abiertas, esa geografía que prefiere las intensidades y no la fría geometría, no es un concepto dado, un legado que posee la humanidad a priori, sino una construcción inherente a cada época. Una construcción a encarar para que, precisamente, esos patrones vacíos, esas perversas territorializaciones no sigan actuando a manera de bloques que configuran lo que no existe y fabrican fantasmas donde siempre pretendemos espejamos y donde, en realidad, nunca nos encontramos.