jueves, 31 de diciembre de 2009

Espacios (7) / El mal en Arlt

El espacio del mal
Proyectar implica comprometer al tiempo y al espacio en una situación diferente a la actual. Por lo que todo proyecto siempre se refiere a la actualidad con intenciones destructivas. Así sea una obra de arquitectura o un libro. Arlt se enfrenta no solo a una moral (la de la clase media y su oportunidad  desaprovechada de ser la protagonista de la historia), sino al modo de administrar el tiempo y el espacio que la sustenta (la moral de la utilidad contra la disipación improductiva). La lengua oficial, la de la cultura alta, así como los espacios legitimados deben, de alguna forma, mostrar sus límites. La bomba en el City Bank de Di Giovanni es más directa pero menos efectiva que el proceso de desmantelamiento que él mismo encara con la escritura. La cuestión en Arlt no es la acción (ésta pierde eficacia ni bien es llevada a cabo), sino la postergación, el entretanto que en sus infinitos recorridos develan la imposibilidad de cualquier palabra última y la ineficacia de las herencias. La ciudad, con sus cambios continuos, surge como metáfora acelerada de esta imposibilidad. La metrópolis moderna jamás tendrá una forma final porque se funda en la transformación como modo de subsistencia y sobre todo de expansión y de colonización (pero tampoco formas tradicionales que respetar o continuar). Ella misma es gasto continuo y muchas veces sin fines últimos. Arlt no radiografía el mal sino sus modos de construcción: la violencia tecnológica de su Buenos Aires es, a la vez, garantía y condena.

domingo, 13 de diciembre de 2009

El tiempo absoluto

Sandro



















Frente al espejo, con las faldas muy cortas y los rabiosos flequillos, nos zarandeábamos enloquecidas al compás de las canciones de Sandro. Mujeres al fin, sin embargo, necesitábamos público, por lo que invitábamos al espectáculo a los amigos del barrio. Las madres nos miraban comprensivas; los hermanos mayores preguntaban si algún psiquiátrico había dejado sus puertas abiertas y los más chicos bostezaban aburridos. Ninguna llegaba a los diez años, el promedio era ocho. No quiero que me lloren cuando me vaya a la eternidad, cantábamos a los gritos y entonces sabíamos de llantos pero el lugar de la eternidad no nos quedaba demasiado claro. Apasionadas y salvajes durante tres minutos (o seis o nueve), nosotras éramos esa bella muchacha que necesitaba Sandro para ser feliz, aunque unos instantes después nos trenzáramos a golpes con los chicos que nos apagaban el tocadiscos o nos tironeaban de los pelos con el único objetivo de recordarnos su presencia. Infieles, pasábamos a otra cosa, nos olvidábamos de la enigmática eternidad y volvíamos a la acción. Nada de potencia, éramos acto puro, productores a tiempo completo: la infancia sería para siempre y el ahora, el tiempo absoluto.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Cambio de sede

La geografía personal

Toda historia personal tiene también su geografía propia, un mapa trazado con aquellos elementos íntimos que configuran el espacio que habitamos. La ciudad adquiere relieve a través de ellos, se nos vuelve menos pesadillesca a veces. La Av. Corrientes siempre fue parte de nuestra geografía, una especie de epicentro emocional desde donde partíamos y volvíamos, con la certeza del reencuentro y la pertenencia. Allí nos mudamos -estamos entre La Giralda y La Ópera, dos de nuestros entrañables lugares de reunión-, para seguir con Contratiempo.