miércoles, 30 de junio de 2010

El Mundial en Paraguay

Conocíamos de memoria las formaciones de cada equipo, sufríamos la copa Libertadores, el campeonato de la Liga, hasta los torneos de verano. Los domingos empezaban temprano, con la marcha del deporte de Radio 1° de Marzo durante toda la previa y las interminables especulaciones periodísticas para llenar el tiempo. Mis hermanos eran de Cerro Porteño, yo de Olimpia, todos al borde del llanto ante cada derrota, sobre todo en los clásicos. Alguna vez estuvimos en el Defensores del Chaco; otras, en Para Uno, el estadio de Olimpia, ubicado en la elegante Mcal. López. El de Cerro queda en Barrio Obrero. El Bosque y la Olla, como si se tratara de un cuento de hadas habitado por el populacho y la aristocracia. Así se dividía el país en dos y se tenía la precaria ilusión de que cada domingo el conflicto podría llegar a dirimirse a favor de unos u otros. “No es un equipo, es Paraguay, fuerte y grande sin rival…” decía la marcha de entonces de la Selección, pero la realidad era otra: nunca pasaba de las eliminatorias y los mundiales los veíamos de lejos, como eternos espectadores de las glorias ajenas. México 70 y la maquinaria brasilera fue el primero en nuestra memoria y de allí en más todos creímos que algún Pelé, alguna vez, jugaría de nuestro lado. En el interior de Paraguay de los primeros setenta la radio a pilas convocaba a todo el vecindario y, como una ruleta en cámara lenta, suspendía el tiempo y los cuerpos en la incertidumbre de la gloria o del espanto. Un interior de vidas interceptadas por pelotazos en el baldío cercano, embotadas de melancolía y tristezas remotas. Un interior que, jaqueado por la pobreza, sufría con los partidos de la Selección como si allí estuvieran todas las posibilidades de redención, de justicia histórica, de expiación de la culpa y de cobro de antiguas deudas. Postergación de la pena, alegría siempre postergada y certeza de que los países pobres jamás asomaban a los redituables mundiales. ¡Paren de sufrir, Paraguay ya está en los cuartos! titula ABC digital esta primera vez de la selección. Y el país para de sufrir, por lo menos por un rato.



miércoles, 2 de junio de 2010

Notas sobre la Academia

Un monstruo grande que sigue pisando fuerte

Osvaldo Bidinost solía decir que había que cerrar las bibliotecas de las facultades por un lapso de tres años. De esa forma, los estudiantes dejarían de copiar las ideas importadas, llegadas en vistosas ediciones, y proyectarían pensando en el entorno real. Provocador y polémico, eludía con sarcasmo las posiciones nacionales y populares que también convocaban numerosos adeptos en el alumnado y postulaba, por lo general a los gritos, una modernidad con raíces propias. Cursar con él era integrar una comunidad de fieles un poco exclusiva y bastante excluyente, que trascendía las aulas y apuntaba a nuevas formas de vida y de relación. Bidinost detestaba tanto al posmodernismo con sus escenografías caprichosas, su conveniente relativismo y sus olvidos históricos, como el cuentapropismo del estudiante que, encerrado días enteros sobre el tablero, llegaba a una producción individual e indiferente al mundo que lo rodeaba. Había implementado la modalidad de los talleres verticales, con sus largas noches en Ciudad Universitaria y sus intensos debates. Con espíritu beligerante, combatía la imbecilidad de las repeticiones acríticas, la liberalidad de la profesión y por, sobre todas las cosas, a esa Academia que producía alumnos y profesionales domesticados como archipiélagos de islas inconexas en eterna formación. Aunque lo admiraba, no nos llevábamos bien. Solía expulsarme de sus clases con cierta frecuencia. Él poseía la autoridad y el autoritarismo de quien se sabía parte fundamental de una misión vital; yo era un poco anarquista y me fastidiaban las leyes y códigos de las comunidades cerradas. Años después, cuando en la carrera de Letras escuché a Nicolás Rosa afirmar que a la Universidad había que ponerle una bomba (sin gente adentro, desde luego) y construirla de nuevo, Bidinost me resultó un moderado. Hoy recuerdo a ambos cuando veo estudiantes del CBC desconcertados, universitarios desmotivados y graduados que no pueden insertarse en ningún lado. La Academia es un monstruo que pisa fuerte, pero como decía Rosa, no se puede transformarla desde afuera. Ella sigue teniendo los medios y ciertas formas valiosas e ineludibles para cualquier formación. La tarea de demolición no es tampoco individual sino que incluye la búsqueda de sensibilidades parecidas y el ejercicio de la solidaridad activa. La recuperación del diálogo, el espíritu crítico sin amiguismos ni clientelismos y, sobre todo, el trabajo cotidiano, arduo y sin concesiones, apuntando a una producción de conocimientos que se integre a la vida, siguen siendo los únicos caminos para desmantelar estas estructuras perversas que no sólo dilapidan capital humano sino que producen analfabetos ilustrados, como diría Martínez Estrada, dispuestos a proseguir la tarea.

FOTO: Bidinost en la Facultad de Arquitectura de La Plata. Foto extraida de internet.