lunes, 19 de noviembre de 2018

RAPSODIA BOHEMIA / EL REINADO INTACTO

El reinado intacto


Sala llena en el Village, hasta la primera fila, casi sobre la pantalla. Estadio de Wembley, festival por el “hambre en África”, 1985, la Reina está a punto de salir, la multitud brama, solo se lo ve de espaldas, la musculosa blanca, los jeans tiro alto, la pulsera con tachas, la música que empieza a sonar y la escena que se interrumpe justo cuando le abren la puerta a Mercury para que ingrese al escenario. Entramos en shock: solo esa secuencia y, por supuesto, la majestuosa (jamás mejor empleado el término) escena final (que es el final de la primera) justifican la película. En el medio, la vida de Freddie Mercury muy pero muy a lo Hollywood. Que esto no sería gran problema: una ya va preparada para ver un tributo, no un documental ni un film Clase B (aunque algunos tópicos, como la extrema soledad del cantante, podrían haber sido explorados en formas menos complacientes). El problema principal es que el actor que hace de Freddie Mercury no es Freddie Mercury. Y esto no vislumbra solución posible. No hay forma alguna, el actor no lo consigue, de olvidarnos del original. Como esas películas sobre la vida del Che Guevara interpretadas por alguien que, obviamente, no es el Che. Lo mejor, sin embargo, de este entretanto, esta espera entre el principio y el final, son los músicos que lo acompañan (actuaciones extraordinarias), la génesis de algunos temas y por supuesto, los temas. Entonces llega el momento esperado: cuerpos que se estremecen por esa potencia vital que se desplaza desde la ficción hacia la realidad de la sala, que se traslada como presencia, insurrecta y desequilibrante: Mercury hace lo que quiere con un estadio a reventar, con esos mil quinientos millones que lo siguen por TV. Y claro, con los que estamos en el Village. No importa que mezcle ópera, con rock, con pop; tragedia griega con Shakespeare; que desmantele convenciones y tradiciones musicales; que se enfrente a los estereotipos de las corporaciones discográficas; que se disfrace de mujer, que reconfigure el escenario con el uso del cuerpo y sus desplazamientos (metáfora además de los propios desplazamientos de su vida íntima, cuando ser gay todavía era un problema y el sida, una condena a muerte): Freddie Mercury antes que músico pop es un artista, de esos que surgen muy de vez en cuando y que cuando lo hacen, sacuden al mundo entero. El reinado sigue, sin dudas, intacto.

lunes, 12 de noviembre de 2018

CINE: ROJO / LA DUDA

La duda

Llorar no solo es liberador sino que también posee efectos terapéuticos. Hacerlo en el cine, al final, cuando se están encendiendo las luces, ya es un poco más complicado; más aún, si como música de fondo suena Jairo con el valle y el volcán. Hacía mucho no me pasaba, tal vez años: "Rojo" quebró la racha. Clásico mediante, la sala estaba medio vacía, entro al cine con el segundo gol de Boca. Empieza el film en la pantalla y, casi en simultáneo, el otro, en la cabeza: la adolescencia, los pantalones Oxford, el pueblo chico, que bien podría ser Asunción de mediados de los 70, las coreografías del colegio… Y la abrupta intercepción entre lo que se está proyectando y aquello que voy desenterrando. Ningún detalle en especial, nada de la trama, ni las múltiples metáforas y simbolismos, que a veces resultan demasiado obvios, sino esa complicidad que respiré por lo menos los primeros 20 años de vida. Silencios atroces, conciencia de la hecatombe innominada, aire enrarecido, ese fascismo que nos iba formateando hasta en los mínimos detalles. Por lo menos a nosotros, los todavía inocentes. El acto final, que no voy a spoilear, desata la bronca y la impotencia acumuladas y silenciadas por décadas. Siempre queda la duda: es cierto, teníamos 14 años, pero, ¿qué no dijimos? ¿Qué no preguntamos? ¿Qué naturalizamos? ¿Fuimos cómplices precoces de una educación autoritaria que nos iba autorizando, a la vez, a repetirla en la vida adulta? Y lo que aún es peor: ¿qué nos queda, inconscientemente, de aquellos adoctrinamientos? ¿Cuánto horadaron dentro de nuestros cuerpos hasta confundirse con ellos? Preguntas que valdrían hacerse, sobre todo ahora, que parece que el fascismo está volviendo a desplegar sus garras. Y sus lecciones.

sábado, 10 de noviembre de 2018

LOS MONSTRUOS

Los monstruos

Un huésped del cuerpo eterno: no se instala pero tampoco se va definitivamente. Un amante furtivo y violento, al que se odia con la misma intensidad que se lo necesita (jamás un esposo ni alguna aberración semejante): merodea, acecha, seduce, lanza el zarpazo en los momentos menos pensados. Conciliar, no queda otra alternativa: estará allí lo que dure nuestras vidas. Y con suerte, no se las llevará consigo. Así son los trastornos mentales. Sin embargo, no siempre son los peores enemigos: al fin y al cabo, ¿qué es la normalidad? La destrucción a veces suele venir de la mano de los tratamientos, que aspiran a no dejar dudas sobre aquella pregunta. A grabar a fuego en los cuerpos enfermos esa norma tan prestigiosa y solo repudiada, como pose o taquilla, cuando se está bien parapetado detrás de ella. El problema es que una con los psicotrópicos cada vez se parece menos a sí misma. A esa enferma que por fin había entablado vecindad con lo otro. Una extranjera medio analfabeta, entonces, en territorios normalizados.

viernes, 9 de noviembre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (8) / VÉRTIGO Y RUINA

Vértigo y ruina

Trepada a lo alto de la pirámide de Cobá, en México, me asomé al abismo. Euforia, vértigo y terror. Subir fue dificultoso. Pero allá en la cima, recién allí, una percibe que la cuestión no es el ascenso. No podía mover un músculo del cuerpo. Nada respondía a los mandatos del cerebro: “buscá una solución, movete, girá, ladeá, investigá, retrocedé, quieta, avanzá, esperá…”. El mundo se me venía encima, casi como cataclismo cósmico de sentido inverso, puesto que estaba en la cima. ¿Lo habrán planificado adrede?  ¿Habrá sido una estrategia sacrificial, una emboscada (y no en el sentido de Jünger, aunque tal vez habría que rever esto último), una medida precautoria para los futuros conquistadores? Una pendiente a ratos imposible, una indecisión desinstalada, un quiebre del tiempo y del espacio que mientras promete el cielo empuja perentoriamente hacia aquel suelo remoto y desfondado. Cuerpo traccionado, al borde de la disolución. Un exerimentado viajero me dio las indicaciones para el descenso. Bajé. Y claro, del vértigo y la embriaguez pasé a la inevitable ruina: esto es, aproximadamente, lo que siento cuando me enfrento a la escritura de un libro.

viernes, 2 de noviembre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (7) / HORMIGUEROS

Hormigueros

Admiro, a veces amo como quien ama ecologías exóticas, a aquellos que tienen la vida intelectual pautada de antemano. Pero recelo de la Academia, como de cualquier otra estructura. Será porque todas, sin excepción, terminan asfixiando. Y a veces, empiezan por ahí. Suponer que una no quiere atenerse a las reglas prefijadas quién sabe por quién o por qué por falta de rigor es una falacia (estupidez aún mayor es suponer que se las desconoce). No solamente que el rigor está, y quizás aún mucho más exigente que en aquel que sabe que con unas cuantas fórmulas respetadas a rajatabla, obtendrá algún resultado, sino que esta presunción encierra un objetivo bien concreto. Que no es otro que contrarrestar el peligro. Todo poder se siente en peligro. Aunque lo desafíe una hormiga. Porque en el fondo, muy en el fondo, de lo que se teme es que se armen tantos hormigueros que terminen socavando el suelo. La duda, sin embargo, será siempre la misma: si ese suelo por fin se debilita, ¿habrá conectividad entre esas comunidades solitarias que operan en las catacumbas de la razón establecida? ¿O nos caeremos todos en el mismo abismo informe?