domingo, 3 de junio de 2018

LAS ÉPOCAS DE GILDA

Las épocas de Gilda

“¡Gilda!”, escucho (y leo en los cartelitos) que alguien llama. Detengo el zapping en seco: me había topado en plena madrugada con esa película que en mi infancia mamá nombraba con frecuencia, junto a tantas otras. Nunca pude, sin embargo, darle rostro e identidad a aquellos nombres inmortales que las protagonizaban: se me mezclaban en el recuerdo y cada vez que veía algún film en blanco y negro, intentaba adivinar el nombre del actor o de la actriz que, sabía, habían sido estelares en su momento. Entonces, aparece Gilda en la pantalla (al actor masculino, que interpreta a Johnny Farrel, no lo hubiera podido sacar ni aunque me torturaran. Después supe que era Glen Ford). Gilda. Veo ese rostro precioso que apenas con un mohín, una mirada, deja el lugar hecho escombros. Gilda y ese baile sacrílego que debió haber hecho tambalear las estructuras morales de la época. Gilda, esa mujer que usaba su poderoso cuerpo para conseguir fines, o aún “peor”, solo para divertirse, pero que al final, casi siempre hay un final feliz y blanco en este Hollywood de los años 40, era solo escenografía. Acto puro. Simulación por amor. Gilda, nada menos que en Buenos Aires: por fin la conozco, justo cuando el film y el personaje están, probablemente, a punto de caer bajo las nuevas normativas morales de este feminizado siglo XXI. Esas que dictan que la obra fue escrita y producida por el patriarcado. Destino ineludible de hoguera, entonces