Ciudad y Conurbano: dos realidades
Que dos zonas interactúen activamente no significa que fueran lo
mismo. La Ciudad no es el Conurbano y no hacen falta demasiadas pruebas para
demostrar este enunciado. Basta con traspasar las fronteras de la General Paz y
los puentes del Riachuelo para advertir la diferencia. O aún mejor: comparar el
estado sanitario, habitacional y educativo de ambos.
La Ciudad es, sin dudas,
una geografía privilegiada que, como diría Martínez Estrada, se ha hípertrofiado en
su monumental crecimiento, dejando muy atrás a casi todo el resto del país.
Aseverar que conforman una unidad y que deben seguir juntos en la política
sanitaria para enfrentar la pandemia no solo es una medida desesperada del
territorio pobre que desea que el rico no le suelte la mano en su destino casi
sellado. Constituye también el deseo de que una zona, tan necesaria como
odiada, no demuestre que al fin y al cabo las políticas sanitarias, pero sobre
todo, educacionales, llevadas a cabo durante años, funcionaron y permitieron la
salida gradual del encierro. Porque al margen de la “abundancia” económica
capitalina, una de las grandes diferencias con su territorio satélite es
precisamente la cuestión educativa.
Cuando el Gobierno de la Ciudad agradece
que los porteños respetaran la cuarentena, lo que está diciendo es que
respetaron el protocolo sanitario: barbijos, distancia social (sobre todo en
los lugares cerrados) y aún en la clandestinidad (no hay negocio no esencial
que cuando abre no lo haga con todo el protocolo de cuidado requerido). Por eso
también, cuando surgieron los focos en los barrios vulnerables, la respuesta
fue inmediata: allí no hay espacio para conservar distancia ni posibilidades de
quedarse en casa sin salir a trabajar, pero tampoco la cultura necesaria para
enfrentar un virus que exige protocolos muy estrictos.
El panorama del
Conurbano es, sobre todo en los cordones más vulnerables, una nefasta realidad
cimentada durante décadas: planes sociales en lugar de trabajo; déficit
habitacional; precarios o inexistentes sistemas de salud, con hospitales
inaugurados eternamente pero sin profesionales ni insumos, y un deficitario
sistema educativo sobre todo en los niveles iniciales y medios (habría que ver
las nuevas universidades inauguradas la década pasada). Es decir, una
instalación y conformidad en la pobreza, en todos los sentidos, muy útil para
los gobernantes de turno.
Hoy el Conurbano se encuentra en una peligrosa
deriva, resultado de aquellas políticas que consideraron siempre que la
realidad solo podía ser moldeada por los hombres. No tuvieron en cuenta que
también las fuerzas de la naturaleza intervienen de vez en cuando. Y que cuando
lo hacen, como en aquella fatídica inundación de La Plata, suelen arrasar con
lo que encuentran a su paso.