Responsabilidad social, doble dirección
El mundo comprobó que no hay peste que pueda
encarcelarlo durante mucho tiempo (lástima que esa comprobación llegó aquí un
poco tarde). No solo por una cuestión de indocilidad (ver sino las fiestas y playas europeas en pleno rebrote; o las
desobediencias aquí en plena estrictez) sino porque el sistema capitalista está
pensado para el movimiento y no para la suspensión del mecanismo: todavía no
están dadas las condiciones para que la vida en su totalidad se convierta en virtual. Y, principalmente, porque hay millones de personas que necesitan trabajar día a
día para vivir y sobrevivir. Sorprenderse porque EEUU y Brasil son los más
golpeados de la región es un acto de cinismo. El primero tiene 328 millones de
habitantes; el segundo, 212 millones. Esos números dejan entrever que
hay regiones enteras donde el hacinamiento, la informalidad, la clandestinidad
y la desigualdad masivas son la regla y no la excepción. Si en lugar de cifras de contagiados, fallecidos, tasas y porcentajes (como si la igualdad
fuera una característica transversal de la población humana y solo nos diferenciara la suerte o la desgracia de enfermarnos) con los que
prensa y gobiernos se regodearon hasta el hartazgo durante estos primeros seis meses, se hubiera
hecho un estudio de las condiciones de vida (y sus respectivos
promedios de acuerdo a cada realidad), tomando en cuenta infraestructuras, clima, genética, condiciones
habitacionales, sanitarias y laborales, incluso, estatus migratorio y otras variables,
hubiéramos obtenido un panorama un poco más claro de lo que realmente es, fue y
será esta pandemia. Y por lo tanto, se hubiera obrado en consecuencia. En Italia y España
arrasó en los geriátricos; en los países súperpoblados (contando también la
India, con sus 1370 millones de habitantes y México con 129), en las zonas
precarias, hacinadas o con conocidos problemas genéticos de salud (caso de las población afroamericana en EEUU), así como en la pobrísima y olvidada Centro América, en la que cualquier virus hubiera logrado los mismos resultados. Aunque
no represente paliativo alguno, en todo el mundo las cifras todavía
(y ojalá esto quede así) no infieren algo inusual con relación a otras pestes que no tuvieron tanta atención mediática (desde aquí hemos hablado y brindado datos de varias enfermedades contagiosas que lamentablemente han matado más
gente y no hubo cuarentenas masivas). Responsabilidad social entonces no solo es respetar el protocolo
sanitario para obtener la preciada libertad (nos estamos anticipando al
probable mensaje de AF). También requerirá de estar alertas sobre las formas de
comunicar estos supuestos cambios mundiales que siempre andan vaticinando
nuevas normalidades. Parafraseando a Merkel en Bruselas, la información real, fidedigna
y contextualizada, será fundamental para encarar esta etapa sin que otros la
encaren por nosotros. Pero responsabilidad social implica también que el Estado
no solo proteja (sin mentalidad policial) a las poblaciones vulnerables,
principales objetivos de este virus (los mayores y los más jóvenes con dolencias
previas y los barrios precarios) sino que considere a la Salud, la Vivienda y
el Trabajo con salarios dignos como derechos universales no negociables. Años de
olvido y corrupción fueron develados por esta pandemia. Eso también, entonces,
es responsabilidad de la sociedad: exigirle al Gobierno, a cualquier gobierno,
que invierta en lo esencial y rinda cuentas sobre el destino de fondos,
préstamos, impuestos, es decir, sobre las siderales ganancias
de un país como Argentina, rico por donde se lo mire. Responsabilidad social en
ambas direcciones. Se sale de esta entre todos, dejando el obsoleto y
oportunista esquema de amigos-enemigos de lado y que solo nos llevará a otra catástrofe, o no sale nadie.