PROLOGO
¿Por
qué escribimos cuando podríamos no hacerlo? ¿Qué nos mueve hacia ese mundo de
signos, palabras, frases, puntuaciones y espacios en blanco; a lidiar con ideas,
significados y sintaxis? Y sobre todo, con esa angustiosa búsqueda, consciente
o no, de la voz propia. De esa gramática que nos torne inconfundibles aunque,
como diría Jünger, hablemos de protozoarios. Una escritura que sea ella misma y
a la vez, multiplicidad, vecindad y lejanía. Que elabore estrategias que son
también formas de la lengua que se tensa, se enrosca y oculta; o se va
desenrollando para develar lo inaccesible a todo lenguaje. Trabajo de alfarero,
de arqueólogo, de demolición. En fin, ¿por qué nos constituimos, a veces con
perseverancia implacable, en autores cuando podríamos guardar silencio? Y aún
más abismal, ¿qué garantía tenemos de que el silencio no resulte, al fin y al
cabo, mucho más elocuente e ingresivo que todos esos signos, espacios,
palabras, sintaxis, oraciones y conjugaciones, figuras que se atropellan en el
papel, que exigen materialidad, que aspiran a la posteridad? Ninguna.
Precaria
certeza, sin embargo: la obsesión fue la artífice del presente libro —que habla
de la experiencia estética, del arte y la literatura. Obsesión de los otros y
obsesión propia. Y cómo unas fueron actuando sobre la otra, fueron abriendo en
la escritura espacios de vecindad, dejando huellas, creando, como toda pasión,
sus propias reglas de lectura, sus itinerarios de pensamiento, sus infinitos
desvaríos, registros y repeticiones. Y, claro está, también sus silencios.
Deleuze
afirma que el fragmento es constitutivo del ser americano, contra el
pensamiento europeo, que siempre anda buscando totalidades cerradas. Hay una
lógica detrás de esta articulación del discurso: somos seres de encrucijadas,
de mixturas. Incluso impunes, a la manera en que lee Borges la tradición occidental.
Encima, malos traductores, nos faltó crianza, aquel suelo natal. Somos seres a
la deriva, aunque nos empeñemos en construir (o inventar) historias y
abolengos. Este libro pretende iluminar esos fragmentos; seguirlos, que nos
sigan. O descartarlos. Esta instancia-confín de la escritura constituye
territorio de disputas. Y a la vez, albergue y acantilado. Hay dificultad para
renunciar a él pero también, incomodidad en la permanencia. Amor y ferocidad.
También despedida. La pasión amorosa comparte con la escritura la búsqueda del
instante que se sabe perdido de antemano. Pero ambas insisten.
Obsesiones
es
un pretexto, en casi todas sus acepciones. Está por delante, recubre, reitera
lo ya dicho, lo fijado, precede. Excusa lo que todavía no puedo decir. O
escribir. Es un pretexto para no escribir lo otro. El libro se gestó en
cuaderno negro, con bolígrafo roller, resaltadores y fibras. A ratos, un
laberinto adverso a cualquier tecnología digital; a ratos, un merodeo alrededor
de lo mismo, de años de lo mismo, con obsesión de enamorada. Empedrados y
deslizamientos tortuosos también. Ninguna línea recta.
Espero
que el lector acompañe esta travesía.
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Liendivit
Agosto
2016