El camión todo-terreno se enfurece entre las dunas. El sol pega de
lleno; a lo lejos se insinúan las primeras construcciones coloridas que apenas
interrumpen el cielo y el mar. Estamos llegando a Cabo Polonio, esa rara playa
de la costa atlántica uruguaya en donde no hay luz eléctrica, alumbrado público
ni autos. Solo la naturaleza y las estrategias de sus pobladores, y de los
miles de turistas que la visitan en verano, para vivir y convivir con sus propias reglas. Lienzos y hamacas que ondulan el
viento, construcciones de materiales imprevistos, paneles y lámparas de energía
solar, espacios comunes y solidarios, y la vida que se exhibe como forma
estética. Una política de la existencia que destierra el concepto de comodidad
burguesa, sostenida en la acumulación, o incluso, de la historia misma: el
tiempo productivo y rentable aquí deviene uno de los tantos inventos de ese
capitalismo al que responde a fuerza de una experiencia de lo originario. De
una sensualidad interruptora que se abre a cuerpos, naturaleza y arte que
aspiran a la comunión. Aunque solo dure un verano.
Fotos: Zenda Liendivito / Enero 2016