No solo no se puede hablar de lo que se ama:
hay que mantener distancia. La escritura literaria es material inflamable. Un
campo minado: sabemos de la existencia del peligro pero no las coordenadas de la detonación.
Ese pensamiento que seduce, a veces hasta la exasperación, solo admite el
merodeo. A riesgo de un encandilamiento replicante. O de una convulsión que
incluso puede devenir silencio. Pienso en Foucault que no quiso conocer a
Bataille por exceso de admiración. Pero pienso también en Baudelaire, en
Artaud, en Fitzgerald, que se acercaron demasiado. Hay en esas escrituras, qué
duda cabe, una feroz síntesis: el ser que se confundió con el objeto de su
deseo. Un mundo que terminó sacrificándolos.
Radicarse en la imposibilidad. O en una
posibilidad siempre a destiempo. Una apertura que en todo caso, siempre llega
tarde o demasiado temprano. Posesión a costa de pérdida: la pasión amorosa y la
escritura poética comparten el mismo movimiento. Las estrategias de una imposible resolución
sin embargo son diferentes: la distancia y la suspensión en el primer caso; el
lenguaje destituido y restituido, en el segundo.
(Del libro "Obsesiones", en construcción)
(Del libro "Obsesiones", en construcción)