El inmigrante y el escritor
La inmigración es la guerra por otros medios. Todo migrante va a la conquista de un territorio y en ese gesto hay una secreta correspondencia. La prosperidad frente al espejo negado. Ni murallas, ni vallas electrificadas, ni mares furibundos: las fronteras están para ser franqueadas, para saldar una deuda de la que, como en Kafka, se desconocen sus orígenes. Pero en el instante del cruce no solo la lengua moviente entra en suspensión sino que la local saca a relucir su facticidad legisladora. O su instinto de supervivencia. Suenan las alarmas, se prepara el primer frente de combate: hay una presencia allí nomás que la pone en riesgo, que la obliga a cerrar filas, a pertrecharse en sus orígenes, a desempolvar alcurnias. Si el enemigo es numeroso, la batalla se sabe perdida de antemano. Pero no inútil: la lengua donará el armamento con el que se lo derrotará en otros frentes: el ilegal, el clandestino, el indocumentado…. Cuando es singular, puede llegar a desmantelar estructuras, atentar contra el espíritu feudal que rige a todo canon, generar una grieta por la que caerán sin condena pero también sin gloria eterna sus antiguos propietarios.