Las Aguafuertes cariocas de Roberto Arlt:
entre Buenos Aires y Río de Janeiro
Hacía apología de su mal humor, de su espíritu crítico, de
su constante insatisfacción. La pobre clase media
cayó bajo su pluma, es decir, bajo sus teclas, pero también, las academias, sus
pares, los escritores a los que no leían ni las propias familias y toda estructura
que fundara instituciones honorables. Tal vez Roberto Arlt represente lo más molesto de la literatura argentina, la mala
conciencia encarnada que sus blancos dilectos se encargan, una y otra vez, de
exorcizar. Ya le dedicamos un libro, ahora llegan a nuestras manos las
Aguafuertes cariocas. Uno intuye que a Río de Janeiro
no le irá mucho mejor que a Buenos Aires. Intuición muy previsible: la
escritura de Arlt se funda en esa comunión indisoluble entre el espacio
y la acción. Más precisamente, en ese mecanismo metropolitano que actúa sobre
los cuerpos, configurando subjetividades, creando monstruos singulares y
monstruosidades normalizadas que colocan a su escritura, y a la ciudad,
siempre al borde de la disolución. Y claro, no hay
metrópolis en el mundo que pueda salvarse de esa mirada quirúrgica que con la
excusa de llegar al diagnóstico deja un tendal de cadáveres destrozados en el
camino. En Aguafuertes cariocas, sin embargo, Arlt sufre aquello que aqueja a
todo viajero: viajar o escribir siempre constituyó un dilema. Arlt lo sabe, lo
reconoce, se saca de encima el embelesamiento que puede producir el nuevo
territorio (aunque después confiesa, bien al estilo Baudelaire, que odia la naturaleza,
que no le interesa hablar de paisajes, morros, palmeras y mares) y ubica a Río en el centro de sus demoliciones. Entonces, la ciudad de los primeros
días se va
transformando implacable (a Roberto Arlt le ocurre lo contrario que a
Stendhal, para quién cualquier ciudad europea era encantadora salvo París, a la
que detestaba). Recién allí, cuando comprueba que la modernidad todavía puede presentar rostros aún más siniestros que la porteña, retratada hasta el hartazgo en aguafuertes, cuentos y en su recién premiada Los siete locos, lanza una mirada mítica sobre Buenos Aires.
FOTO: BARRIO LAPA (RÍO DE JANEIRO)