jueves, 6 de octubre de 2011

FOGUI: ADIOS A UN AMIGO / TEXTO DE NAHUEL LEVINTON

FOGUI

Nota publicada por NAHUEL LEVINTON, en su página de Facebook,  el 5 de octubre de 2011, día en que murió su amigo FOGUI



A ver, voy a aprovechar este momento para exponer una teoría fundamental.
Los muchos (y no tantos) que alguna vez vinieron a casa, por ahí no se acuerdan de qué color son mis sábanas o donde guardo mis peluches viejos. La mayoría nunca conoció el cuarto de mis viejos, algunos solo entraron a uno de los dos baños, creo que muy pocos saben que en mi otra casa alguna vez hubo ratones. Algunos se acuerdan que tuve un metegol, una mesa de ping pong, otro metegol, entre muebles varios. Pero sospecho que si los juntara a todos en un cuarto cerrado sin comunicación con el exterior (y tal vez sin comida ni agua) estarían todos de acuerdo en que vieron dos gatos; por ahí se los confunden un poco, pero a lo largo de los años, muchas visitas honraron (válgame dios) esta casa, y todas afirman o afirmaron lo mismo: Fogui está gordo.
Entonces, mi teoría trata de reivindicar esta supuesta "gordura" ahora que mi amigo ya no está para oponerse y hacerle frente y panza a las críticas. Precisamente de la panza hablamos, es muy fácil hablar de "acumulación de grasa" o "exceso de peso" como valores condenatorios, y no dudo que si yo no estuviera en mi lugar, pecaría de cometer la misma imprudencia. Esto que en principio puede parecer una obviedad, en realidad corre peligro de ser un error imperdonable ante los ojos de la verdad absoluta y universal, que todos claramente tenemos.


Ahora que todo es tan poca cosa, nunca mejor momento para hacerle entender al mundo que Fogui no estaba gordo, como Garfield, si bien otras similitudes de alguna forma los unían, ¡pero no esa! Si bien no es fácil de entender, y menos de probar, sospecho que este gato no era gordo, sino que tenía la panza llena de sol. Sí, eso mismo, estaba indigestado de sol, no podía más del sol que llevaba debajo de tantos pelos y bigotes, por eso tenía ese andar torpe, saltaba con la gracia de un pez globo y tiraba cosas a lo loco, por tanto sol.
Bien, aclarado este malentendido, paso a decirle al mejor compañero del mundo que lo voy a extrañar muchísimo hasta el último día, por haber hecho todo lo que los seres humanos nunca aprendimos a hacer: roncar tiernamente.
Hasta otro rato entonces, ni te quiero, ni te amo, ni arroz con leche; después de trece años, uno aprende que amor, si existe, es no haber perdido el tiempo.