El malestar de las capitales
La vida urbana, y sobre todo, la de las grandes metrópolis, es impredecible. El desconcierto tras las últimas elecciones por una Buenos Aires supuestamente derechizada es un ejemplo. La capital no es de derecha. No por lo menos en la acepción clásica. La capital es imprevista porque está acostumbrada a que ésa sea su forma de vida. Vivir en la metrópolis implica un gran esfuerzo para la mayoría de sus habitantes. Acceder a ella es rondar las posibilidades de realización plena, física, mental y espiritual, pero también, la locura y la pesadilla. Es un privilegio y un sacrificio, una forma de destino y una fatalidad, un riguroso training físico pero también anímico. Violencia, tráfico, vértigo, proliferación de estímulos, de información, hartazgo , repetición, novedades obsoletas y competencias feroces, configuran de alguna forma las subjetividades metropolitanas. El porteño no vota por los baches, la basura o por las extensiones del metro, ni siquiera por la educación o la salud. No en forma tan directa, por lo menos. Bien lejos de la comodidad de los mullidos sillones de los entretejidos políticos partidarios, el ciudadano vota como puede, decide con lo que encuentra a mano, es decir, con el capital intelectual que pudo cosechar en el camino. Hace pesar su propia ubicación privilegiada dentro de la totalidad del territorio, conjuga su bienestar o malestar con sus ideas, o ideologías, y con aquella vertiginosidad diaria. Es inestable como la propia superficie donde se mueve, se transforma y se muere. En este contexto, si la vida política no se circunscribiera al reducto del partido político y bajara a todos los estamentos, como en otras épocas; si se plantearan alternativas de intercambio, discusión, debate, en forma constante, digamos como un modo de vida; si los propios espacios de pensamiento instituidos y legitimados se mantuvieran donde tienen que estar, es decir, al margen de adhesiones y domesticidades perjudiciales; si, en resumidas cuentas, hubiera una política cultural abierta y destinada a la formación de conciencias críticas, tal vez habría menos sorpresas. Pensar es una tarea, formar hombres intelectualmente libres es parte de una pedagogía que no se construye de la noche a la mañana. Y menos con slogans en vísperas de elecciones.