Confesiones y correspondencias
Para los
que estudiamos la ciudad, las alturas son inevitables. La geografía del paisaje y
la implantación narran historias impensables a nivel del suelo. Las cumbres son terreno fértil para las metáforas. O en todo caso, allí el lenguaje devela su pobreza estructural. Situación
particular es la de Río de Janeiro y el Corcovado. Curioso este Cristo que como
una obra del expresionista Salamone extiende sus brazos hacia el hijo
descarriado. Las trajinadas noches, con sus bellas magdalenas que brotan
apenas empieza a caer el sol por las esquinas de Lapa o a todo lo largo de la Av. Atlántica , la
estimulación sensual en sus más variadas y creativas formas, más otros desvaríos, exigen a este
pueblo católico la confesión continua. Una mirada piadosa desde lo alto. Cristo Redentor y Río de Janeiro: hay sospechas, sin embargo, de una competencia de final
incierto. Sobre todo al observar el comportamiento de las masas turísticas que
este domingo soleado se vuelcan al cerro. Lo primero, correr hacia la escultura
y con los brazos extendidos buscar la cámara de fotos. Cientos de cristos, como
a punto de echar vuelo, tras la inmortalidad del instante. La certificación de
que se estuvo en la ciudad maravillosa. Recién después, el asombro multiplicado
al infinito: la metrópolis que emerge del mar, a ratos entre la niebla, otros con brillantez sobrenatural. Siguiendo con las relaciones, en la bella
Copacabana un grupo que exige viviendas para todos, los Sin Techo, entona canciones mientras
pide colaboración: está ubicado justo frente al stand de O Globo.
(Cuando salga esta crónica ya estaremos en Belo Horizonte, el próximo destino de este viaje. Abandonamos Río con nostalgia, claro)
Fotos Zenda Liendivit / Mayo 2015