En las crónicas de viajes retumba la idea del atraco: uno
toma por asalto los latidos de una ciudad, se apropia de ellos un instante para
después huir como vino, así, un poco subrepticiamente. Hay gratuidad: no se
está imbuido de rutinas y obligaciones y esa mirada, a la vez, es mirada por
los lugareños. Ellos miran, a través nuestro, cómo se los mira de afuera. En el
caso de los brasileños, lo saben muy bien, conocen el mito y nuestra
procedencia les despierta una sonrisa inmediata. Y
Río, no importa las veces que se la haya visitado, jamás es la misma; siempre
diferente, multiplicidad de rostros que provocan a la vez multiplicidad de
formas de verla y sentirla (aquí Benjamín y el consejo de acceder a una ciudad
siempre por puntos diferentes). Alojarse en Lapa, además, nos hace escuchar
desde temprano esos latidos originales, de sus casas de música o de las fiestas
que prosiguen aún el sábado a la mañana en alguna plaza del barrio.
Como es habitual, dejamos nuestros libros en la hermosa Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, donde nos recibieron con esa cordialidad también ya mítica.
Como es habitual, dejamos nuestros libros en la hermosa Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, donde nos recibieron con esa cordialidad también ya mítica.
Fotos Zenda Liendivit / Mayo 2015