Los que no vuelan sobre el nido del cuco
Una serie de gestos recorre la escena cultural porteña y resulta, por lo menos, preocupante. Gestos que esforzadamente se autotitulan como vanguardia y aspiran, también trabajosamente, a instalarse como quiebres en el devenir normalizado. Esos mecanismos resultan más reaccionarios que un mero espectáculo pornográfico que atrasa y orilla el ridículo o que los entusiasmos inventivos de un escritor que no quiere ser Borges sino, más estúpido aún, confundirse con él como si ya estuviera a la misma altura (y aquí no es un tema de respeto de dogmas o cánones, sino de simple jerarquía estética). El camino de la trasgresión está abortado por estos procedimientos facilistas y perezosos. El problema principal surge cuando, poderes comunicacionales mediante, pretenden nivelar y dibujar en el terreno una grieta que no existe con el único fin de preservar un estado de cosas. El concepto de vanguardia implica una desestabilización; su fracaso radica precisamente en la imposibilidad de ser sostenida en el tiempo. Estos gestos que la invocan abrevian el camino y se vuelven inocuos al mismo tiempo de ser enunciados. Usufructúan la definición teórica de la ruptura y terminan sirviendo a los que supuestamente enfrentan. Adoptan los discursos y los lenguajes de lo otro para pervertirlos en la práctica de lo mismo. Ya lo dijimos varias veces: escandalizar es un arte, no una receta que se adquiere en manuales o en universidades. En el caso del publicitado posporno de Sociales, la reacción generalizada no fue de espanto moralista: todo lo contrario, fue el fastidio por la trivialización del carácter revulsivo del erotismo y la sexualidad. Pero a la condena moral es a lo que aspiraban los organizadores. Condena que no solo atrasaría algunas décadas sino que ratificaría el éxito de la empresa. Porque la cosa sonó más a espectáculo de mercado, camuflado bajo las formas de lo travestido, que a intento por reformular subjetividades y deseos. El mismo slogan, “sexualizar pasillos”, remite más a la mujer ama de casa que se erotiza con Mr. Músculo o a la bebida alcohólica que sensualiza el momento y ubica en el rol de winner al tomador, que al hombre/mujer común y corriente, presuntamente atrapado en una sexualidad impuesta y aleccionada por el poderoso capitalismo. Que, ya sabemos, suele ser bastante castrador. Al escribir estas líneas no podemos dejar de pensar en algunas escenas de "Atrapado sin salida". El personaje de Nicholson, el insurrecto McMurphy, desmonta el funcionamiento de esa tecnología de control y domesticación de cuerpos, como es el psiquiátrico, al transformar los espacios, otorgándoles nuevos sentidos, usos y significaciones (el lugar en sus manos se convierte en casino, local bailable o platea de estadio) para detener después con el cuerpo y con la muerte algo que tiene como premisa vital el movimiento, la continuidad y su propia reproducción.
Implosionar un espacio, cualquiera sea, desvirtuar sus coordenadas, volverlo impensable para generar nuevas formas y nuevas sensibilidades, es tarea de artistas y de seres singulares. Es tarea de una vanguardia que hoy brilla por su ausencia en la escena cultural argentina. En su lugar, hay esquemas, eslóganes, repeticiones, obediencia obtusa a fórmulas seudo revulsivas. Hay escasez alarmante de pensamiento crítico. Habrá, entonces, que buscarla. O mejor aún, construirla.
NOTA DE TAPA REVISTA CONTRATIEMPO JULIO 2015