lunes, 19 de enero de 2015

NISMAN, EL ETERNO RETORNO

Nisman, el eterno retorno
Dos de la mañana, estoy escribiendo. Un poco dispersa por la pesadez, el aire enrarecido, no hay caso, el verano aunque venga moderado es denso. Estoy escribiendo y como siempre, como distracción, ubico al azar cualquier diario digital, “incidentes en la casa de Nisman”, dice uno, y claro, me imagino, teoría conspirativa suelen argumentar aquellos que hacen de la simplificación un arte de vida, me imagino que están creando el clima para hoy, reflectores, prensa, legisladores ofuscados y el fiscal estrella. Sigo de largo, sigo con mi propio escrito, segunda novela, crímenes, venganzas y luchas de poder, de generación en generación: el proyecto, la gran novela sudamericana que cualquier escritor sueña con escribir, la que condensa el espíritu de la época, esas que cuando se las lee uno cree estar allí mismo, palpando la atmósfera, el clima, respirando lo ya respirado, actualizando el pasado que reclama en el propio presente que agobia. Y entonces alguien me avisa, “¡murió el fiscal de la Amia!”. La reacción, la negación, la estupidez que casi sale a flote, “solo están haciendo disturbios”, pero no, lanzo un grito ahogado, imperceptible, creo que me pongo pálida, algo me lleva como una automáta al control remoto, a la televisión, a las imágenes, ya son las 3 y 20, y los zócalos, y el fondo rojo, la música catástrofe. Y Puerto Madero, y Berni, y la fiscal y la policía científica (que en nada se parecen a los de CSI), y las especulaciones periodísticas. Y claro, una catástrofe, muere un fiscal a pocas horas de la gran revelación. Y circulan, en simultáneo, los sospechosos que de tan obvios se tornan absurdos, como si el ladrón dejara en cada atraco su tarjeta personal; twitter “arde”, ya tiene a los culpables, con fotos, identikis y videos incluidos. Más interesantes, sin embargo, me resultan los que están en las sombras. Agazapados, esos que acechan de día y de noche, no descansan ni duermen, listos siempre para dar el zarpazo. Desde el pasado que, parece, no descansa jamás.