miércoles, 14 de enero de 2015

APÓSTATAS Y ESTABLOS

Apóstatas y establos
Para ciertos espíritus, no hay nada peor que la libertad. Pero no cualquier forma de libertad sino una en particular: la de los instintos. Aquella que se entrega a la vida con el único horizonte del goce. Una libertad desprejuiciada, atemporal, que rompe con impunidad cercos, reglas y hábitos no tanto judiciales sino mentales y epocales (no confundir con las transgresiones rigurosamente vigiladas, solventadas por las corporaciones del ocio y el arte, de la actualidad). Al espíritu del resentimiento esta libertad lo enloquece, le actualiza, de una manera dolorosa, su propia obediencia y sobre todo, la historia de la misma: ¿En qué momento entramos al establo? Y aún más, la máxima irritación tal vez: la falta de culpa del trasgresor. Vociferará en contra del que hace lo que quiere, en detrimento de lo que la época espera, mucho más fuerte que en contra del estafador o el ladrón, que en apariencia conserva las formas. Por eso los artistas y los libertinos, sobre todo las mujeres, que nacen con ese espíritu y no se domestican jamás, fueron y son tan perseguidos en todos los tiempos. Son los juicios por afrentas a la moral, entablados contra Flaubert y Baudelaire a mediados del siglo XIX. Uno por "Madame Bovary" y el otro por "Las Flores del mal". Sí, nos da risa. La misma que retumbará dentro de un siglo frente a los argumentos con los que hoy enviamos a la hoguera, o acribillamos a balazos, a nuestros díscolos e indisciplinados. Dos fragmentos de Jünger:
“El autor está destinado a los libres senderos, que corren por medio de los bosques y tiene que aceptar sus peligros. No puede sentirse bien en las reservas naturales, aún cuando pertenezca a los animales a los cuales está prohibido tirar”.
“Siempre hay en un autor, sea revolucionario, reaccionario o indiferente, algo de apostasía respecto de su época. En esto se lo reconoce, y por esto se lo persigue, aun cuando se ocupe de las estrellas o de los protozoarios”.