viernes, 26 de junio de 2015

COPIA, RUPTURA Y PLAGIO

















Copia, ruptura y plagio
Nada hay más irritante que el plagio. Lo sabe todo aquél que esté abocado al oficio de la creación. La imitación de los modelos de la antigüedad durante ese periodo que se conoció como Renacimiento formaba parte de un proceso de aprendizaje sustentado en el concepto de forma ideal que había que reescribir e interpretar. Crisis de trascendencia mediante, vendrían luego los quiebres, las rupturas, el fin de las representaciones y de los contratos con las formas previas y establecidas (como cuando Joyce hace implosionar el género al ritmo de la modernidad industrial o las vanguardias arquitectónicas permeabilizan y fragilizan el venerado muro clásico y declaran el fin de la eternidad). Muy diferente es el gesto de quien se apropia de una creación individual y la hace suya con procedimientos por lo menos, osmóticos, sin demasiado gasto de energía. No necesitamos, ni nos interesa, agregar ídolos de barro al empobrecido panteón actual de la cultura; ni plegarnos a las voces escandalizadas por el gravoso atropello a supuestas genialidades rupturistas (enojo alentado, por otra parte, por un mercado mediático que necesita a cualquier precio instalar de nuevo alguna referencialidad de éxito ya comprobado). Todo lo contrario, procesaríamos a ambas partes: a uno, por mediocre y trivial; a la otra, por apropiación terrateniente del saber. Hay sin embargo un impedimento: no tenemos espíritu judicial. Pero si lo tuviéramos, tendríamos que sentar en el banquillo a un número insospechado de acusados. Por el momento, nos basta una cita de Jünger: "Hoy cualquiera podría escribir una Odisea. No falta un Odiseo, sino un Homero..."