Los estilos de Córdoba
En las hermosas ferias
del Paseo de las Artes y del Pasaje Revol se arremolina el gentío. Sobre
Belgrano, a partir de las 6, los bares de cerveza, uno al lado del otro,
explotan de jóvenes y no tanto. El barrio Güemes funciona en continuidad con su
vecino Nueva Córdoba, generando un polo de arte, cultura y abundancia (alguna
vez una librera me dijo que los altísimos edificios de este sector eran
ocupados por los hijos de la soja). En los puestos sobre Revol rebusco objetos
de épocas pasadas, encargo de los chicos de producción. Una mujer me comenta que vienen muy seguido gente de teatro y de cine a
buscar material; me facilita un par de cosas, preciosas. Cuando me despido dice que espera verme pronto en la pantalla, que le avise. Le agradezco la
gentileza pero no, le aclaro que por el momento solo me ocupo de los insumos.
Recibo un par de piropos mentirosos, estilo poético “dichosos los ojos…” o el
tradicional “adiós preciosa”. Celebro la hospitalidad y sobre todo, la ausencia
de neofeminismos obtusos. Amabilidad es lo que sobra en esta próspera ciudad. En el centro histórico el gentío se arremolina en las peatonales y pasajes, que conjugan arquitectura, memoria y consumo. Obispo Trejo sigue siendo mítica, con esa parsimonia de solo estar ahí, entre mesas al sol y librerías. Hay turistas
argentinos y muchos europeos. “No, no estamos tan bien, las tarifas y la comida
no dejan de subir. La ropa está más cara que en Buenos Aires. La falta de gas
es un invento, para seguir aumentando”, me dice un trabajador enojado. Veo
pocos negocios cerrados por la pandemia. “Aquí nos recuperamos enseguida”, me
comenta una mujer, dueña de una pyme. Hablo también con los artesanos: los
feriados los salvan y, como ya me dijeron en Chascomús, a veces no alcanzan a
reponer y se quedan trabajando toda la noche. Bellísima Córdoba, históricamente incómoda también.