martes, 21 de noviembre de 2017

CINE / THE SQUARE

THE SQUARE
Algo está podrido en Estocolmo


Una superficie que se proyecta y pasa a convertirse en un volumen. Un cubo de aristas y vértices invisibles, filosas, donde puede ocurrir cualquier cosa: un robo simulado, un hombre-chimpancé en la cena de gala de un museo, la disputa por un profiláctico usado o una niña mendiga que vuela en pedazos. O aún más, puede replicarse hacia lo alto, como en el hueco de la escalera, y aullar pidiendo un auxilio que jamás llega a tiempo. Sumatoria de cuadrados entonces es esa ciudad opulenta donde todos obran dentro de la corrección política y en donde los límites se corren o se rompen solo para establecer otros. Pregunta eterna, ambiciosa, básica y un poco absurda como la misma muestra que el atribulado curador Christian (un genial Claes Bang) debe presentar en un Museo de Arte Contemporáneo: ¿Puede el arte –no el ridículo “Cuadrado” sino el film mismo- interceptar la vida, despabilarla, realizar esa tarea microscópica a la busca de aquello que la está liquidando? Pregunta que no puede, ella tampoco, no quedar atrapada en aquella trampa cúbica que afila mecanismos, que se transversaliza en todas direcciones. Que canibaliza y transforma el germen de la modernidad en motor y alimento. The square, el corrosivo film de Ruben Östlund, no da respiro ni deja títere con cabeza: el absurdo del arte contemporáneo es su objetivo pero no el principal. Risa amarga la que despierta, respaldada por un terror que nos recorre a todo lo largo del film. Ya lo demostró en la genial Fuerza Mayor: el hombre moderno sigue siendo un laboratorio fértil para los ensayos más arriesgados. Un desesperado hámster en su laberinto.