Mare Nostrum
No soy muy amiga del verano. La vida de playa me aburre y el
sol no siempre me es muy benigno. Si voy a alguna, estoy mirando de reojo (con
impaciencia) los bares, los cafés, la arquitectura y en ciertos casos, los
museos. Me gusta caminar por la playa durante kilómetros, remontarme en las
olas, internarme un rato (soy muy buena nadadora, para desesperación de los
guardavidas) y salir y buscar "civilización". Ese encuentro efímero,
sin embargo, me resulta vital. Una presencia majestuosa frente a una arquitectura
que cambia, crece, decrece, se arruina, resurge, muere o resucita. La eternidad
y el cambio. Porque aunque "no nos bañemos dos veces en las mismas
aguas", el mar es eternidad.