viernes, 4 de octubre de 2019

SIN EDITAR / EL AMOR, LA ESCRITURA, EL VIAJE

El amor, la escritura, el viaje
Cuando un día descubrí, hace un par de años atrás, que había tomado cinco aviones (algunos de más de 10 hs. de duración) en una semana, supe que debía parar. Aeropuertos, registración, valijas, notebooks, cámaras de fotos, adaptadores, documentos, visa, (o no), etc. Debía parar. Eran viajes de placentero trabajo. Pero empezaban a pesar: llegar a destino, armar el espacio de trabajo en el hotel que me había tocado en suerte, quedarme hasta las 2 o 3 de la mañana escribiendo, despertarme a las 6, y seguir. Fotos, crónicas, archivos, bibliotecas, museos, incursiones por sectores negados…. Debía parar. Aquietarme. Ya no "experimentaba" sino que consumía, registraba y escribía. El amor había muerto. Esa pasión de los primeros años, ¡qué bien la recuerdo!, había perdido frente a la costumbre y la repetición. Frenta a la profesión. Al gesto mecánico, el fastidio. Y el irrefrenable deseo de no hacer nada. Varias veces me quedé en Nueva York durante 15 días. Deambulaba por sus calles, me extraviaba, hablaba con mi precario inglés con sus habitantes, amabilísimos a pesar de la mala fama. Días de gloria. No hacer nada y extraviarme. 
Rafael Argullol dice que no se puede ir a 8 ciudades y 20 museos en un viaje: que hay que elegir una ciudad y si es posible, solo un museo. Claro, él está en Europa, donde la gente arma una valija el viernes, aborda el tren que le hará cruzar fronteras, pasea por varias ciudades de varios países, y vuelve el lunes al trabajo. Lujo vedado aquí,en la inmensa y lejana Sudamérica. 
Sueño Europa hoy más que nunca, con esa reserva de pensamiento, de atmósferas inesperadas, de distancias cortas y de extensas ideas. Sueño con esa Europa cada vez más caótica y peligrosa. Y sin embargo, inextinguible parte de mí misma. Una forma de emboscadura tras los orígenes.