Seductores póstumos
La escritura para la seducción o el agrado es muy distinta a
aquélla que seduce o entabla complicidad con su lector. Mientras en la primera
se nota el gesto, la intención, y por lo tanto la instrumentalización de la
palabra, en la otra se entrevé el desgarro. Que es lo que la vuelve seductora. Y
no la intención previa de su autor. No hay forma alguna de simulación. Solo aquellos
públicos que no tienen acceso frecuente a la lectura, y a cierto tipo de
lectura, pueden confundir una con la otra.
Es inútil escribir para los "pares" (en caso de que esto exista) contemporáneos que no están
implicados, de una forma u otra, en
dicha escritura: solo les generará rencor. Se escribe para los que vendrán,
cuando esa aspereza de la piel cercana, esa hostilidad próxima, haya desaparecido gracias al tiempo. Los que
no entablamos vecindad con la actualidad somos siempre póstumos (y esto no
implica genialidad alguna: solo meras cuestiones humanas).
Cuando estoy escribiendo un libro hay una instancia previa de
lo más desagradable: es cuando todavía no me capturó y lo miró de lejos. Algo
así como cuando se empieza una relación que no es “a primera vista”: si la
distancia se prolonga en el tiempo, hay mal pronóstico. Allí están entonces
varios manuscritos empezados y atorados por aquella falta. Como esos nombres
que se apilan en la memoria, sin pena ni gloria.
Escribir un libro, ¡qué suplicio salvador! Pero no conviene
preguntarse muy a menudo qué pasaría si no se lo escribiera.