Fronteras
I
Un pensamiento que
se piensa en las fronteras reniega de entrada no tanto del centro sino de
cualquier definición. Se torna indeciso. Esquiva a la lengua en lo que esta
tiene de fáctica. Es el habitante de zonas fronterizas que se instala en la
confluencia como forma de resistencia. En algún momento se vuelve conflictivo.
El pensamiento en las fronteras comparte con estas poblaciones la precariedad y
el azar. No goza de derechos instituidos, para actuar sobre ellos se exige
siempre el aquietamiento y la definición. Las credenciales de origen o el vacío.
II
El concepto de frontera está ligado,
muy secretamente, al de traición. La indecisión levanta un manto de sospecha
sobre un espacio que hace tambalear dos conceptos. O dos territorios (la
moderna Buenos Aires de Borges donde se extranjeriza la República o la cuestión
de la tradición argentina como re lectura del afuera). La escritura literaria
se ubica en un horizonte donde la palabra siempre está en fuga, en ese nunca
decir lo que está diciendo, y de alguna forma, traiciona al lenguaje común.
Migra, jamás se aquieta. El buen escritor, en el fondo, siempre es un traidor y
un extranjero.
III
Fue Manu Chao, con aquello de "Welcome to Tijuana", el que la lanzó a la masividad mediática. El mismo nombre, Tijuana, retumba intensidades, quiebre de límites, suena oscura como Ciudad del Este o incluso Algeciras. Y claro está, siempre clandestina.
IV
El barroco es el arte de las fronteras. O del entretanto. Revela el instante fugitivo en el que las cosas están empezando a dejar de ser para volverse otras y en ese gesto relampaguea la eternidad. Es el parpadeo, la indecisión de la luz (o de la sombra) en el claroscuro, lo que se pliega y despliega, es David a punto de vencer a Goliat. Es la tensión de la diferencia que genera, a cada paso, espacios y tiempos. O la zona umbral y móvil que no se atraviesa jamás. Permanencia en el tránsito, el cuerpo como frontera (el caso de los inmigrantes). O la lengua, cuando balbucea y entra en suspensión (como en Beckett y Kafka).
Fue Manu Chao, con aquello de "Welcome to Tijuana", el que la lanzó a la masividad mediática. El mismo nombre, Tijuana, retumba intensidades, quiebre de límites, suena oscura como Ciudad del Este o incluso Algeciras. Y claro está, siempre clandestina.
IV
El barroco es el arte de las fronteras. O del entretanto. Revela el instante fugitivo en el que las cosas están empezando a dejar de ser para volverse otras y en ese gesto relampaguea la eternidad. Es el parpadeo, la indecisión de la luz (o de la sombra) en el claroscuro, lo que se pliega y despliega, es David a punto de vencer a Goliat. Es la tensión de la diferencia que genera, a cada paso, espacios y tiempos. O la zona umbral y móvil que no se atraviesa jamás. Permanencia en el tránsito, el cuerpo como frontera (el caso de los inmigrantes). O la lengua, cuando balbucea y entra en suspensión (como en Beckett y Kafka).
V
La inmigración es la guerra por otros
medios. Todo migrante va a la conquista de un territorio y en ese gesto hay una
secreta correspondencia. La prosperidad frente al espejo negado. Ni murallas,
ni vallas electrificadas, ni mares furibundos: las fronteras están para ser
franqueadas, para saldar una deuda de la que, como en Kafka, se desconocen sus
orígenes. Pero en el instante del cruce no solo la lengua moviente entra
en suspensión sino que la local saca a relucir su facticidad legisladora. O su
instinto de supervivencia. Suenan las alarmas, se prepara el primer frente de
combate: hay una presencia allí nomás que la pone en riesgo, que la obliga a
cerrar filas, a pertrecharse en sus orígenes, a desempolvar alcurnias. Si el
enemigo es numeroso, la batalla se sabe perdida de antemano. Pero no inútil: la
lengua donará el armamento con el que se lo derrotará en otros frentes: el
ilegal, el clandestino, el indocumentado…. Cuando es singular, puede llegar a
desmantelar estructuras, atentar contra el espíritu feudal que rige a todo
canon, generar una grieta por la que caerán sin condena pero también sin gloria
eterna sus antiguos propietarios.