miércoles, 18 de diciembre de 2013

ESCRITURAS RIGUROSAMENTE VIGILADAS

Escrituras rigurosamente vigiladas

Las escrituras digitadas siempre constituyen un peligro. Un riesgo de preservación antes que de ruptura. A esta afirmación la precede otra: toda escritura literaria busca constantemente su salida de sí, su puesta en tensión con lo establecido. El entredicho. La literatura cuando no plantea un conflicto es producto de la fantasía o la mera repetición de fórmulas probadas. Esto no significa que deba ser ella misma un conflicto,  para escribirla y sobre todo, para soportarla en la lectura. No existe relación alguna, seria por lo menos, entre la dificultad del signo y la tensión que la literatura conlleva. Tampoco es necesario apelar al diccionario de antónimos y sinónimos para que la literatura sea considerada culta y reflexiva, y no confundida con las expresiones populares o las del mero pasatiempo. El registro literario es al fin y al cabo una forma diferente de conocimiento. En ningún momento sus modos están escindidos de las tensiones vitales que subyacen en ella, ni siquiera en Henry James o en Flaubert. La seducción de la escritura nace de un pensamiento seductor, de un quiebre que jamás llega a las palabras pero que subyace a ellas, como las fundaciones de cualquier construcción que permanecen invisibles en la forma final pero no por eso ausentes. Es tan inútil construir una prosa atractiva sin un pensamiento atractivo como construir una casa sin cimientos. Esta es una de las primeras perversiones de los escritores vigilados por cualquiera de los sistemas de legitimación que los apaña: ajustarse al mismo canon que los convalida y sobre todo, los convalidará en el futuro. Los volverá, a decir de Steiner, enseñables, enseñados o redituables. La escritura que de entrada se pone en deuda con modas, linajes y valoraciones de otros, que generalmente jamás escribieron una línea, corre el serio riesgo de convertirse en un ejercicio confiscatorio de sus posibilidades de ruptura. En un clon con éxito garantizado por repetición pero desfondado por la misma razón. La literatura no es, como las ciencias, un acto deudor del pasado en progreso a fin de construir el corpus que alimentará investigaciones futuras. Considerar a la literatura y al pensamiento como ciencias o saberes acumulativos es un retroceso para las posibilidades creativas. Segundo vicio: La literatura formateada por colegiaturas, ya fueran académicas o mercantiles, se convierte en un dispositivo de control no solo de la práctica en sí sino de las posibilidades de lo pensable. Dictar el canon de lo enseñable y/o vendible (muchas veces, están en estrecha comunión) es también marcar los límites de las posibilidades de la literatura como experiencia estética. Constituye una forma de garantía de que esos márgenes no serán desbordados y le harán entrar al censor en un camino sin retorno. Incluso en el de su propia destrucción (Baudelaire, Joyce, Kafka, Faulkner otra vez). En el arte, en la filosofía y en la literatura existe en el imaginario una secreta espera, la llegada de ese mesías que vendrá a desmantelar fundaciones y abolir hegemonías de larga data. El establishment lo sabe; por eso, cada tanto, construye a sus propios trasgresores, seudovanguardias a las que lanza y recambia según soplen los vientos. Y sobre todo, procede a la excomunión de todas aquellas experiencias que no encuentran un molde bendecido previamente y que intuye, contienen el germen de aquella destrucción.  La excelencia y la redituabilidad suelen ser los pretextos. Como corolario a estos controles y vigilancias se gesta una época indigente y anquilosada.