Primer Mundo, pobreza, fútbol y sospechas
Por mera curiosidad, y con la bulliciosa e interminable concentración de
hinchas frente a mi edificio, me puse a “hojear” digitalmente los diarios
franceses, convencida de que ellos estaban en la misma. O sea, en esta euforia
mundialista. Pero nada. Las portadas apenas si le dedican un recuadro. Si
comparamos nuestros “grandes diarios”, les ganamos por goleada. Pero, ¿qué
clase de triunfo sería ese? No necesitamos respuestas sino preguntas. Si un
país está con el 50% de la población en la pobreza, no hay día que perder. Y si
los gobernantes no mueven un dedo, la sociedad es la que tiene que exigir,
hacerse oír. La mala conciencia de los que defienden esta contienda con el
trillado argumento que al pueblo no se le puede negar felicidad alguna, se
traduce en la furia que les despiertan los que piensan (pensamos) distinto. En
el fondo, es difícil sostener que se desea la justicia social y al mismo
tiempo, alentar un gigantesco negociado que, como tantos otros, es en el fondo
responsable de aquella pobreza. La sede elegida (Qatar no es un país
democrático); la figura de Messi, erigido por las corporaciones
comunicacionales en ídolo de todos los tiempos y redituable producto mundial (Messi
no es ni será el mejor jugador del mundo: recomiendo el video de YouTube “Pelé
es de otro planeta” para certificar esto); las ganancias y costos siderales
para un país en quiebra que prioriza el fútbol a las desesperantes urgencias de
la mitad de su población; el camino evidentemente allanado para que Argentina
llegue a la final (y seguramente la gane), son hechos que molestan como piedras
en el zapato, a las que se ignora para no perderse el baile. No es que los
grandes medios “educan” a la sociedad en el pasatismo y la amnesia; lo hacen,
pero solo si tienen un público ávido por consumirlos. Habría que preguntarse entonces
¿por qué? Y habría que hacerlo con premura. Porque como decía Nietzsche, hoy
más que nunca, “el desierto avanza”. El desierto del pensamiento crítico, ese
que se levanta con un rotundo “no” cuando tratan de sofocarlo.
(Foto: Internet)