domingo, 29 de noviembre de 2020

CAPITALISMO Y AFECTOS: CRÍMENES IMPERCEPTIBLES

(O cuando los cuervos merodean las familias)

Se sabe, el infierno son los otros. Y cuando esos otros están en la misma casa o comparten sangre, ese infierno, lejos de encantador, puede llegar a ser mortal. Hay familias-odio. No se trata del fastidio habitual entre parientes (la tía que habla mucho, el hermano preferido, el padre mujeriego, las horribles fiestas de fin de año, etc.). No, hay familias que en su núcleo duro, padres e hijos, nacen mal avenidas. Un odio, que viene de mucho más lejos que ellos mismos, se instala en esa célula básica y va creciendo hasta dar el zarpazo. Con frecuencia, este tipo de familia suele dar cabida a cualquier personaje extraño a ella, movida por el deseo inconsciente de reparación. Son terceros que vienen a funcionar como equilibrantes, bien visibles, objetos de todo lo que el resto no consigue: ser escuchado, respetado, priorizado (lo contrario de aquellas familias que cierran filas y rechazan al que se acerca sin credenciales sólidas). Estas familias-odio son altamente vulnerables, sobre todo cuando hay un botín en juego y el extraño o extraña ve el intersticio y sabe cómo moverse para ensanchar el rencor. La paciencia y la capacidad de espera son fundamentales. Como por lo general son personas menores, porque la presa tampoco quiere saber nada con los de su generación y busca sustitutos de hijos o parejas, el tiempo está a su favor. Puede ser una amiga que se vuelve entrañable compañera de una viuda sin hijos o con hijos alejados (si es profesional, mejor), o cualquier consultor que incursiona en el terreno privado y se vuelve consejero inseparable. No necesitan ser asesinos o asesinas: basta con omitir (en caso extremo, exagerar con algún remedio) o privar de ayuda al ya aislado o aislada y con eso garantizarse la recompensa (son los primeros/primeras que están ahí, espantando al resto de la familia, cuando la presa se enferma). Son crímenes imperceptibles, los que nunca podrán ser probados, sobre todo si se trata de seres humanos comunes y corrientes. Los componentes de esas familias-odio suelen construirse su propia muerte, a veces anticipada, desde el mismo momento de su fundación.

(La soledad de Diego Maradona en su muerte inspiró esta nota: no insinúa responsabilidad o culpa hacia persona alguna. Solo recordé experiencias privadas, lo que ratifica la democratización tanto de la muerte y del saqueo como la indisoluble relación entre afecto y capitalismo).