Nuevas democracias, el “sistema” en crisis y las multitudes hartas
Cuando se intentó hacer circular, sin éxito en
la práctica, el concepto de “nueva normalidad” lo que se estaba tratando de
tapar es que lo que realmente está surgiendo, mucho antes de la pandemia, es
una nueva democracia. La democracia de los pueblos hartos, la podríamos reducir
en términos del habla común. Antes del coronavirus, las rebeliones se alzaban
en varios puntos del planeta y dejaban al descubierto una realidad innegable:
la profunda desconfianza y descrédito en los gobernantes, aún los elegidos
democráticamente. No hay ni habrá más cartas blancas; nada de “esperar las
próximas elecciones”. Las sociedades, que adquieren el estatus de multitudes
cuando salen a protestar, ya no esperan. Una razón poderosa
las mueve: la profunda corrupción del sistema político; el Estado como caja a
saquear y posibilidad de enriquecimiento o de hacer negocios, pero también lo
que llamamos el progrefascismo. De las multitudes hartas no se salvan ni los
gobiernos de izquierda, derecha ni centro. Tal vez porque estos conceptos
también están caducos. Millonarios políticos progresistas, multiprocesados por
la justicia, que ostentan riqueza mientras el 50% de la población pasa hambre,
o se siente desplazada, dan fe de esto último. Las multitudes hartas serán las
protagonistas de esta nueva época, que no la instauró la pandemia. En todo
caso, esta gripe, renombrada para inspirar temor y medidas autoritarias, surge
para contrarrestar lo anterior: la crisis de los sistemas representativos. Del
llamado “sistema”, vocablo que dicho sea de paso lo instauraron los centros de
poder como forma de censura para todos aquellos que se aparten de él.