Cultura
y resentimiento
Si hay algo peor que la mala literatura es el comentario
trivial de la buena. Ya lo sabemos: la mala literatura no resiste el tiempo;
aturde por un rato hasta que se pierde en los cestos de basura de la historia.
La trivialización de la buena literatura, sin embargo, socava aquello
misterioso e ingresivo de la palabra y la hace ingresar al torrente del
palabrerío indigesto. Las razones suelen ser más complejas que las meramente
económicas. Apropiarse de manera banal de un consagrado conlleva no solo la
ilusión de un seudo prestigio por ósmosis, sino un trabajo minucioso, de
alcance colectivo, de aplanamiento. Como el experto en explosivos que tantea el
terreno para desactivar el peligro, el reductor cultural va tejiendo la trama
de seducción con su público a fin de otorgar las garantías de una sobrevivencia
indemne frente al contacto con la obra analizada. El espíritu del
resentimiento, fundado en la certeza de las distancias siderales, suele anidar
en la base de esta actividad. Y suele conformar también la mano de obra barata
y efectiva de aquellos poderes que, siempre silenciosos, trabajan
incansablemente en el empobrecimiento cultural, mental y espiritual de las
sociedades sobre las que se enseñorean.