domingo, 24 de agosto de 2014

LA MODERNIDAD EN BUENOS AIRES

La Modernidad en Buenos Aires

Buenos Aires nació utópica. Se la proyectó en sueños y jamás concilió realidad con deseo. Según Martínez Estrada, la ciudad moderna fue fundada con los mismos objetivos  que llevaron adelante la conquista y la colonización de América: la posesión y la especulación de la tierra,  porque ésta era lo más fácil de adquirir y lo que exigía menos inteligencia para conservar. Se buscó la ciudad ideal de Trapalanda, entonces, frente a la rutina de las llanuras desconocidas, y se la siguió buscando después cuando debió hacerse cargo de la herencia moral, social, cultural e histórica del resto del país. Fue el espejismo de lo lleno contra el vacío hostil del interior. Desde las primeras ideas de Torcuato de Alvear, intendente de Roca, la ciudad respondió a una planificación directamente ligada al rédito por un lado, y a la imaginación faraónica por el otro. Thais y Madero después: el primero al dotar a la zona norte de aires europeos y el segundo al proyectar una puerta de entrada al país tan deslumbrante como inútil. La arquitectura, sin embargo, mostró y demostró sus poderes de acción y reacción; la ciudad creaba, degradaba y producía, valorizaba y extrañaba, aglutinaba y expulsaba. Ella fue obsesión, pensamiento y problema para casi todo el mundo. Poder y proletariado, técnica y arte, lengua y literatura. Traspasar sus umbrales implicaba necesariamente una transformación, de conductas, de significados, de valores, de sensibilidades. Así el gaucho de Borges se vuelve compadrito y cobarde ni bien se instala en los suburbios, o ella se hace mítica frente a la fuerza, negativa para el autor, de lo real. Arlt, en cambio, subvierte todos los valores, coloca el desecho en el cotizado centro y funda al hombre moderno en la traición y la maldad. El tango entretanto pierde su erotismo transgresor, propio de sus orígenes, para circular aséptico en salones y casas de familia. O se vuelve queja, nostalgia y denuncia. Los malestares espirituales por parte de aquéllos que no lograron insertarse en el nuevo mundo, o entrevieron el mundo que se avecinaba, tuvieron expresión arquitectónica en las sombras e inconexiones del art déco y otros modernismos de las periferias europeas; o en la asfixia hasta la afasia de los espacios del grotesco. En la Buenos Aires moderna se imaginaba un territorio y se habitaba una realidad. Y esa falta de conciliación entre lo uno y lo otro instaló una particular manera de pensar la ciudad, que tanto robustecía los fragmentos soñados como condenaba las formas de lo real hostiles a aquella imaginación.


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