viernes, 24 de enero de 2014

APUNTES PARA UNA BIOGRAFÍA / EL RELÁMPAGO DE ENFRENTE, EL TESORO ENTERRADO Y LAS ALMAS EN PENA


El relámpago de enfrente, el tesoro enterrado y las almas en pena

Las tormentas de verano convertían a patios y jardines en piletas improvisadas; llovía con sol, intensamente, y esa agua caída del cielo nos liberaba por un rato del calor infernal de Asunción. Sol y chaparrón era la combinación esperada. Ni bien uno desaparecía y el otro se volvía ruidoso, empezaba la cacería: nuestros nombres gritados por padres preocupados marcaban el retorno obligado. Las tormentas eléctricas actuaban como una presencia seductora y a la vez maldita que solo esperaba el momento y la ocasión: nosotros éramos el botín. Así como no hacíamos caso a los genios de la siesta, no había leyenda terrorífica alguna que impidiera nuestro vagabundeo por el barrio a esas horas, con la electricidad era diferente. Intuíamos que allí no había mito ni voluntad de control: podíamos ver el horizonte quebrado por luces que se enseñoreaban en el cielo de una ciudad todavía baja. Era el relámpago de enfrente que nos advertía y encantaba. Podíamos ver y escuchar, éramos positivistas. Las tormentas también convertían las calles en ríos caudalosos, los todavía hoy mortíferos raudales, que por lo general obraban de forma artera: se originaban de golpe y arrasaban, en cuestión de segundos, con todo lo que encontraban a su paso. Muchos años después, en uno de mis viajes al Cuzco, el taxista que nos llevaba al Valle Sagrado en un día tormentoso nos contó aquella estrecha relación entre tesoros y rayos: allí donde caía uno, había un tesoro enterrado, tal vez de incas o de españoles. Y a la vez, allí donde había un tesoro enterrado era muy probable que hubiera un alma en pena. La primera circunstancia, de nuevo, era totalmente lógica; de la segunda no tengo pruebas pero tampoco dudas.