sábado, 6 de abril de 2013

TEATRO / VIEJO FINAL DE PARTIDA PERDIDA


Viejo final de partida perdida
Es viernes a la noche y volvimos al Teatro San Martín. Los dorados noventa, con sus funciones de resistencia sobre Corrientes, parece que se terminaron –y algo también en Palermo Viejo, cuando todavía no era lo que es ahora. Hay una multitud que espera en el hall. Hay policías dando vueltas. Hay también una manifestación afuera, de los desalojados que arman un cerco en la vereda y toman parte de la calzada. Tocan guitarra, cantan y venden artesanías aferrados a la periferia de la sala perdida. La función empieza con algún atraso. Se oyen toses y estornudos desde varios puntos de la sala. Alcón sigue, Furriel también. Ni se inmutan. A dos insufribles les suena el celular. Nosotros empezamos a perder la paciencia. En cualquier momento, alguien, a la manera del torturado Clov, podría levantarse y gritar desaforado que está harto de esos ruidos que no dejan escuchar. Pero no, nadie lo  hace y de a poco todo se va aplacando.  Quedan ellos dos solos, a veces, los cuatro. Al frenético y constante desplazamiento de Clov por el escenario se le opone la quietud ya casi mortal de Hamm. Abajo, un público apabullado y, por fin, silencioso. De tanto en tanto, algún sarcasmo rompe la desolación. Pero uno ya sabe, Beckett no es Kafka: no hay esperanzas para nadie. Ni tampoco es Henry James y su nada encantadora, que uno tampoco quiere que concluya. Aquí es diferente: despojo y nada. Y sin embargo, avanza. Pasan los minutos, y nada. Hamm-Alcón, en su silla de ruedas, planea estrategias para seguir. Se aferraron mil ancianos, pero se fueron igual, tarareaba Charly García unas décadas atrás. Aquí, en el Casacuberta nos aferramos todos. Pero bueno, así es el juego, se apagan las luces, cae el telón que no veo y sí, ahora sí, nadie habla más.