martes, 23 de abril de 2013

LAZOS PERVERSOS / LA ENCANTADORA MALDAD


La encantadora maldad
La cámara sigue a los personajes con obsesión detectivesca. A diferencia del policial clásico, sin embargo, no busca confesiones, pistas o huellas condenatorias. Ni siquiera culpables. La cámara se posa sobre el infantil rostro de India, sobre el irónico de Charlie, sobre el cuerpo atormentado de la madre pero también sobre faldas, cajas, zapatos y flores con un solo objetivo: horadar la habitualidad sostenida por el lenguaje. Indaga, con precisión quirúrgica, la genealogía no tanto de una familia sino de la principal fuerza que la constituye y condena. Las bellísimas imágenes de Lazos perversos transforman, a la manera de Baudelaire, al mal en una cuestión estética. Mientras hacen entrar en crisis al concepto mismo de naturaleza humana -el ave de presa ronda a su víctima un tiempo antes del ataque final, avisa la televisión que nadie ve ni escucha- decretan una segunda realidad fundada en esos pliegos visuales que, como en el barroco, registran el infinitesimal momento del cambio y la comunión. Pero también hacen entrar en crisis a esa lógica que funda al sujeto en la palabra. En el film nada de lo que se dice tiene demasiada importancia. "Somos también esa foto que nos tomaron sin darnos cuenta y que nos muestra un ángulo que no conocíamos", aclara India. Lazos perversos ubica a la palabra en el banquillo, develando su indigencia y las posibilidades de construcción fuera de ella. Posibilidades que también son formas de emancipación.