domingo, 23 de diciembre de 2012

MARTÍNEZ ESTRADA / NOTA DE ARCHIVO

Ezequiel Martínez Estrada

Fragmento de la entrevista realizada por Emilio A. Stevanovitch en 1964 y reproducida en el diario La Razón del 30 de diciembre de 1984 en una nota titulada Recuerdo de Martínez Estrada.



La entrevista tiene lugar en un café, algo alejado del centro, en su “refugiante” Bahía Blanca, “gris y lúgubre como puedo serlo yo”. El rostro es delgado, apergaminado; los ojos, cual incisiones en la piel, desde cuyos resquicios observa, silencioso; la frente ancha, “soy de aquellos calvos cuyo perfil  tiene aún ciertas zonas pelíferas por ofrecer”; las manos transparentes casi parecen flotar dentro de un saco que, cierta vez, fue ajustado. El gesto es parco, la voz baja y clara, la sonrisa infrecuente pero cálida. Una enfermedad cruel lo ha ido carcomiendo lenta y metódicamente. No importa. El que habla es un triunfador, pese a innúmeros “parricidas”, a crueles acusaciones de desertor, a seudo-descubridores de una Argentina sociológica y best seller que, medio siglo antes, él había oteado con mayor agudeza aunque, claro, en ediciones harto limitadas y sin ningún provecho financiero.

-Cuando fui poeta, sin interesarme por la vida de mi patria, obtuve satisfacciones de toda suerte. A los 34 años era lo que suele llamarse una figura galardonada. Después, al empezar a inquirir sobre cómo somos, súbitamente se me cerraron todas las puertas. Y pasé a ser un hereje, un falsario, un degradado… ¿Y qué decir de mi viaje a La Habana? Ocurre que en La Habana yo era alguien bien visto, bien remunerado, con o sin política. Aquí había llegado al preclaro estado de haberme agostado durante treinta años en un oscuro empleo de Correos cuya atención compartía con la enseñanza en un colegio secundario de La Plata. En La Habana me sentía querido, aquí olvidado...
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