lunes, 22 de febrero de 2010

Cine / Los hombres que no amaban a las mujeres

Sonrían, los estuvimos observando


La mirada de Harriet lleva literalmente a los investigadores -el periodista y la hacker- a develar el misterio de su desaparición hace 40 años. La chica mira hacia un lado en las fotos que le tomó un periódico local durante un desfile, y allí está su presunto asesino. El resto es tecnología, o el buen uso de ella. O, mejor dicho, todo el misterio de la película reside, en realidad, en cómo usar esa tecnología de control de cuerpos, propia de la modernidad, para dar con el cazador. Fotos de archivo, periódicos, balances, buenos programas de computación y, por supuesto, un par de inteligencias deductivas, y listo. Crimen resuelto. No sólo se trata de seguir las pistas y las huellas, eso sería demasiado convencional. Ni siquiera de quién es el asesino (el film no se detiene en la lista de sospechosos): se trata de una aplicación inteligente de esa tecnología que permite saber dónde se estuvo, a qué hora y a quién se miró, aunque hubieran pasado 40 años. Y si en 1966 no había los recursos de ahora, no importa. La técnica actúa con retroactividad, interfiere con procedimientos actuales el pasado, positiviza sus zonas grises y demuestra que la vigilancia empezó hace rato. Que, en realidad, no hay sombras posibles en ninguna biografía cuando se va tras ella. Mientras se mire, hay posibilidades ilimitadas. Por eso, la confesión final acerca de la expresión de las víctimas y el efímero triunfo del asesino. Efímero, porque esa mirada no se interrumpe ni siquiera con la muerte. Solo cambia de observador.