lunes, 9 de febrero de 2009

Ejercicios de verano (11) / CINE

El sustituto: la ciudad de los monstruos


Hay cierta estética comic en El sustituto, una atmósfera que, a ratos, se vuelve levemente irreal, como si cuerpos, arquitectura y acción mostraran deliberadamente el artificio de su construcción. Ocurre en Los Ángeles y la película empieza en 1928. Una primera toma en blanco y negro de la ciudad ambientada en los años 20, una calle con edificios en altura y tranvías, es el primer indicio. Le siguen los labios rabiosamente rojos de Angelina Jolie, el sombrero casquete de las mujeres, los sobretodos y los trajes a rayas de ellos. Los villanos muy malos, capaces de todo, y los buenos muy buenos y justicieros, que irrumpen siempre para salvar a la sufrida heroína. Y la ciudad que articula a unos y otros y que, como toda metrópolis, juega con los fragmentos y el azar y exige la forma para obtener el sentido. O la resolución del conflicto. Es ella la que va reconfigurando a esa madre desesperada, llevándola a poner el cuerpo y a estrellarse contra el entramado maldito del poder. Una mujer, que se transforma en una verdadera pesadilla para la cúpula policial corrupta de una ciudad que, paradójicamente, se llama Los Ángeles. Paradójico, porque lo que la película muestra es el enfrentamiento entre monstruos de diferentes calibres y estrategias. La monstruosidad de la corrupción institucional, tanto policial como psiquiátrica, la monstruosidad del asesino de niños y el furibundo volcán que desatan ambos en esa mujer común y corriente, vulnerable y frágil hasta la exasperación. Dos monstruos que no contaban con el dato elemental que hasta las criaturas más domesticadas por la vida moderna pueden llegar a violentarse y desatar fuerzas primigenias, fuerzas capaces de hacer trizas hasta las construcciones más sólidas, cuando le tocan su cría.