sábado, 26 de enero de 2008

Marplatenses (4)

El Arquitecto, la Ciudad y el Mar


Entre fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, la Naturaleza adquiere nuevos significados. Con el surgimiento de las grandes metrópolis, el mar, la sierra y la montaña, históricos refugios de pensadores, poetas y lugareños, serán reconfigurados como espacios deseados: la contemplación y el goce estético se volverán redituables. Alejandro Bustillo es el principal encargado de transformar los paisajes más significativos para el turismo en la Argentina. Se ocupará de la Bristol, la Rambla, el Casino, el Hotel Provincial en Mar del Plata; del Hotel Llao Llao y el refugio del Cerro Catedral en Río Negro; y del vallado de las Ruinas Jesuíticas y el Hotel Cataratas en Misiones, entre algunas de sus muchísimas obras.
Bustillo procedía de una familia aristocrática, fue criado entre la Pampa ganadera y la ciudad moderna. Fiel a sus orígenes y a su formación europea, cada lugar intervenido debía necesariamente hablar el lenguaje de aquellas fuentes, lenguaje que oscilaría aquí, como en los centros, entre el neoclasisismo francés, el eclecticismo y el modernismo austero y despojado con el que se combatirá al noveau y al deco, ambos predilectos de las clases en ascenso.
Las construcciones de Mar del Plata sellan, de alguna forma, el tipo de relación que tendrá la ciudad con el mar. O, lo que es lo mismo, la tensión entablada y jamás resuelta entre Arquitectura y Naturaleza. Al Oceáno allí, en ese punto exacto, le acontece una singularidad que lo extrae de la rutina y la indiferenciación: se abre una ciudad que competirá en intensidad, belleza y sobresalto, con él mismo. A la primera visión, a la primera conmoción que experimenta el hombre frente al mar, Bustillo le opone la monumentalidad y la grandielocuencia de una arquitectura que intentará captar, a través de tonos, colores, ritmos, composición de elementos y materiales, la ligereza, los cambios de humor pero también la densidad de su interlocutor. Ciudad y Mar conviven en Mar del Plata en curiosa comunión: parecería que ninguno de los dos podría sobrevivir sin el otro.