viernes, 18 de enero de 2008

Geselinas (1)


Una que sepamos todos

El sonido de tambores de la murga convive con los esfuerzos del cantante del Centro de la Cultura por entonar Atardecer de un día agitado y la potencia de Pink Floyd, con The Wall, desde los altoparlantes. La 3 es el corazón de la Villa Gesell nocturna. Una multitud se agolpa a lo largo de sus cuadras y se detiene en cada una de sus estaciones transitorias: equilibristas, artistas callejeros, artesanos y negocios de casi cualquier cosa. Una multitud donde predominan los adolescentes: están en todas partes, se mueven en racimos y por lo general los chicos van por un lado y las chicas por el otro. Esto ayuda al objetivo primordial de esos desplazamientos: el juego de la seducción, la conquista, el descubrimiento. Gesell es muy joven, los adultos que deambulan por calles y playas ocupan un rol secundario, y, por lo general, de discretos custodios de esa juventud siempre demasiado expuesta. Los adolescentes parecen, sin embargo, un malón con ciertas premisas tácitas: nada de ostentación -el lujo es vulgaridad resuena en la voz del Indio Solari, y parece un himno. Se visten en forma sencilla -solo de tanto en tanto alguna prenda de marca-, como para dejar bien en claro que no son promotores gratuitos de nadie. Son austeros, planifican su economía vacacional y escuchan ofertas, sobre todo de los pubs que se los disputan como trofeos. A la playa la ven un rato a la tarde, luego, la larguísima noche que empieza en el departamento de alguno, a manera de aguante hasta las mágicas dos de la mañana, y termina sobre la mesa de algún café de la 3, cuando el sueño y el sol los mandan de vuelta a casa. Se diferencian notoriamente de sus predecesores de la década pasada y guardan, tal vez, algo de aquel espíritu bohemio que caracterizó a las playas hace varias décadas atrás. Pero ya casi no hay fogones. Alguien invita a uno para mañana a la noche, circulan fotocopias de las canciones que se irán a entonar, está El oso. Habrá que ver si la saben de memoria.